La muerte de Natacha Jaitt: ¿podremos alguna vez acabar con las dudas?
Lunes 25 de
Febrero 2019
Convertido en un acto mediático, el fallecimiento de la mediática abre una vez más la posibilidad al juego favorito de nuestra sociedad: la especulación.
La muerte es un hecho pero no por ello despeja la incertidumbre. En el campo de la filosofía, la duda (así como la muerte) siempre ha sido un motor clave para propiciar el pensamiento al mismo tiempo que se la suele percibir como una actitud positiva para aplicar en la vida personal ya que nos conduce a la reflexión sobre nosotros mismos y nuestras prácticas.
Sin embargo, no hay unanimidad a la hora de concebirla como el bien filosófico por antonomasia; por caso, el pensador Charles Peirce sostiene que no toda duda es lícita para producir pensamiento y, además, que uno actúa efectivamente gracias a las creencias y no a las dudas debido a que estas nos paralizan; cuando estamos dubitativos somos incapaces de tomar decisiones.
De esta manera, una duda irresoluta nos ubicará en una situación de estupor del cuál no podremos salir hasta tanto generar una creencia, una idea sobre la cual estemos convencidos.
Así pues, teniendo en cuenta estos breves conceptos, se puede abordar el caso de la muerte Natacha Jaitt no sólo desde la conmoción social que ha generado su deceso si no también desde las distintas elucubraciones que, a pocas horas de su fallecimiento, ya se han elaborado para intentar despejar las incógnitas que sobrevuelan en torno a su figura y sus públicas denuncias.
Pareciera ser que aún cuando surjan voces autorizadas para explicar las causas de su muerte, las mismas se verán incapaces de dar por definido el tema. Por ello una de las pocas certezas que podemos tener es, paradójicamente, que la duda será el centro de todo el caso: ¿fue sobredosis? ¿Fue asesinato? ¿Alguien se beneficia con su muerte? ¿Qué ocurrirá con las denuncias sobre pedofilia y sobre su violación?
Así entonces es que podemos observar que la única forma de decir algo al respecto de este caso es a través de la confección de creencias. Como se mencionó, desde los primeros minutos circulan por las redes sociales cientos de especulaciones y teorías sobre lo acontecido y sobre los supuestos autores materiales e intelectuales. ¿Pero acaso se puede esperar otra cosa? En una época hiper-mediatizada el fallecimiento de un personaje público como lo fue Natacha se transforma en tema nacional.
Ahora bien, ¿es la vacilación un resultado colateral? Con un suceso atravesado de tal forma por múltiples intereses, casi de lo único que no podemos dudar es de que el acto de dudar puede ser intencionado, motivado. Como el atentado de la AMIA o la explosión en Río Tercero, por más que se descubra "la verdad" siempre quedará lugar para los interrogantes, un resquicio para el cuestionamiento, un aroma a creencia.
Tal vez como sociedad no queramos permanecer paralizados, quizás culminaremos por aceptar alguna creencia que nos satisfaga y nos ayude a "seguir adelante". No obstante, es posible que nunca nos terminemos de convencer y que lo único que nos quede sea debatirnos entre dudas, dudas que no son más que el resultado de prever que, avalados por nuestra historia, resulte improbable saber definitivamente qué sucedió con Natacha Jaitt.
Sin embargo, no hay unanimidad a la hora de concebirla como el bien filosófico por antonomasia; por caso, el pensador Charles Peirce sostiene que no toda duda es lícita para producir pensamiento y, además, que uno actúa efectivamente gracias a las creencias y no a las dudas debido a que estas nos paralizan; cuando estamos dubitativos somos incapaces de tomar decisiones.
De esta manera, una duda irresoluta nos ubicará en una situación de estupor del cuál no podremos salir hasta tanto generar una creencia, una idea sobre la cual estemos convencidos.
Así pues, teniendo en cuenta estos breves conceptos, se puede abordar el caso de la muerte Natacha Jaitt no sólo desde la conmoción social que ha generado su deceso si no también desde las distintas elucubraciones que, a pocas horas de su fallecimiento, ya se han elaborado para intentar despejar las incógnitas que sobrevuelan en torno a su figura y sus públicas denuncias.
Pareciera ser que aún cuando surjan voces autorizadas para explicar las causas de su muerte, las mismas se verán incapaces de dar por definido el tema. Por ello una de las pocas certezas que podemos tener es, paradójicamente, que la duda será el centro de todo el caso: ¿fue sobredosis? ¿Fue asesinato? ¿Alguien se beneficia con su muerte? ¿Qué ocurrirá con las denuncias sobre pedofilia y sobre su violación?
Así entonces es que podemos observar que la única forma de decir algo al respecto de este caso es a través de la confección de creencias. Como se mencionó, desde los primeros minutos circulan por las redes sociales cientos de especulaciones y teorías sobre lo acontecido y sobre los supuestos autores materiales e intelectuales. ¿Pero acaso se puede esperar otra cosa? En una época hiper-mediatizada el fallecimiento de un personaje público como lo fue Natacha se transforma en tema nacional.
Ahora bien, ¿es la vacilación un resultado colateral? Con un suceso atravesado de tal forma por múltiples intereses, casi de lo único que no podemos dudar es de que el acto de dudar puede ser intencionado, motivado. Como el atentado de la AMIA o la explosión en Río Tercero, por más que se descubra "la verdad" siempre quedará lugar para los interrogantes, un resquicio para el cuestionamiento, un aroma a creencia.
Tal vez como sociedad no queramos permanecer paralizados, quizás culminaremos por aceptar alguna creencia que nos satisfaga y nos ayude a "seguir adelante". No obstante, es posible que nunca nos terminemos de convencer y que lo único que nos quede sea debatirnos entre dudas, dudas que no son más que el resultado de prever que, avalados por nuestra historia, resulte improbable saber definitivamente qué sucedió con Natacha Jaitt.
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