José Ingenieros contra el Panamericanismo
Era hijo de un revolucionario siciliano vinculado con la Primera Internacional, que le infundió las ideas del socialismo. Con ellas, hizo sus primeras armas en la política universitaria. En 1895, fue designado secretario del Partido Socialista Obrero Argentino, cuyo presidente era Juan B. Justo.
Sus cursos con José María Ramos Mejía lo inclinaron hacia el estudio de la psiquiatría y la criminología en las sendas del ideario positivista. Y fue Ramos Mejía, quien lo incorporaría como su jefe de clínica a su cátedra sobre enfermedades nerviosas en la Universidad de Buenos Aires.
En un país compuesto por una gran masa de inmigrantes, como lo era la Argentina de comienzos del siglo XX, una de las mayores preocupaciones de los pensadores era el problema de la nacionalidad. En parte a ello se dedicó José ingenieros, cuya obra más destacada sobre el tema fue La evolución de las ideas argentinas. También escribió El hombre mediocre, Hacia una moral sin dogmas, Sociología argentina, Anales de Psiquiatría y Criminología, Las fuerzas morales y Simulación de la locura, cuya introducción, titulada “Simulación en la lucha por la vida”, fue editada varias veces en el país y en el extranjero.
En sus escritos se pronunció sobre la identidad latinoamericana y denunció al imperialismo estadounidense de principios del siglo XX. En 1923 fundó, bajo el seudónimo de Julio Barreda Lynch, el periódico Renovación, de prédica anticolonialista, y en 1925 poco antes de su muerte, ocurrida prematuramente el 31 de octubre de ese mismo año, creó la Unión Latino Americana, que rechazaba el panamericanismo impulsado por Estados Unidos, detrás del cual asomaba una política de abierto intervencionismo por parte de la potencia del Norte.
Esta política comenzó a sentirse hacia finales del siglo XIX, cuando Estados Unidos salió de su relativo aislamiento. La guerra Hispano-Norteamericana de 1898 fue un punto de inflexión, abriendo paso a la “América Imperial” y a la política del “gran garrote”. Estados Unidos disputó los territorios de países e islas como Cuba, Puerto Rico, Hawai, Samoa, Filipinas y Guam, haciéndose directa o indirectamente con todos ellos. Más tarde, vendrían las intervenciones en México, Haití y la República Dominicana.
Fue en este contexto de intervencionismo de Estados Unidos, tras la Quinta Conferencia Panamericana, celebrada en Santiago de Chile en 1923, que Ingenieros publicó el texto que a continuación reproducimos, donde denunciaba: “El panamericanismo de Santiago ha sido una adhesión verbal de todos los gobiernos débiles postrados ante el poderoso, de todos los deudores ante el acreedor”.
Fuente: David Viñas (selección), José Ingenieros. Antología de textos, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 2010, págs. 121-123.
La farsa panamericana de Santiago
Algunas docenas de diplomáticos y de piratas de nuestra América Latina acaban de reunirse en Santiago de Chile para expresar sentimientos de fino amor y respeto a los agentes diplomáticos de Estados Unidos, empresarios y aprovechadores de oblicuo panamericanismo que tiene por objeto principal reducir todo el continente a la humilde situación de colonia yanqui.
El variado y múltiple programa de esa conferencia oficial estaba destinado a disimular, bajo benéficas conveniencias para las víctimas, las intenciones voraces de los victimarios. ¿Podrán los pueblos latinoamericanos considerarse traicionados por sus gobiernos que se han adherido a la conferencia?
Nadie ignora, en efecto, que los más de esos gobiernos viven en servil adulación del capitalismo yanqui, del que ya son deudores y al cual piensan acudir, cada vez que su inepcia administrativa los obligue a hipotecar sus patrias contrayendo nuevos empréstitos, a cambio de concesiones que aseguren el contralor extranjero sobre las fuentes de producción petrolera, minera, agraria y pecuaria.
Que la conferencia ha sido una farsa, una protocolar y diplomática farsa, lo deducimos del conocimiento que tenemos de los delegados latinoamericanos. Con rara excepción, todos miran a Estados Unidos con antipatía y desconfianza; muchos, acaso la mayoría, odian a Estados Unidos; algunos han escrito anteriormente páginas de fuego contra el imperialismo yanqui. Y, sin embargo, los hemos visto en Santiago haciendo de coristas en la gran representación panamericana, entre humillados y farsaicos, besando la mano de sus prestamistas pasados y futuros.
Sepan los yanquis, sepa su gobierno, sepan sus agentes que el verdadero sentimiento de esos mismos delegados a la conferencia no es panamericano sino latinoamericano. Sepan que muchas de las mentiras diplomáticas allí pronunciadas están en abierta contradicción con el pensamiento de los mismos que las pronunciaron. Sepan que todavía no han corrompido una inteligencia independiente ni seducido un corazón libre, aunque los discursos oficiales les hagan creer otra cosa. El panamericanismo de Santiago ha sido una adhesión verbal de todos los gobiernos débiles postrados ante el poderoso, de todos los deudores ante el acreedor, sin que por eso la clase pensante de uno solo de los países amenazados en su independencia ignore dónde está el peligro común, aunque la diplomacia oficial miente lo contrario.
Ese es el distingo necesario. Los gobiernos latinoamericanos pueden oficialmente adular al gobierno de Estados Unidos; pero los pueblos cuya conciencia se refleja en la minoría ilustrada, profesan ya sentimientos opuestos al panamericanismo diplomático y acaso lleguen a mirar como traidores a los gobernantes que por ignorancia y por debilidad sirven los intereses del enemigo: el imperialismo capitalista.
Hacia el intervencionismo yanqui
Los únicos problemas serios que la conferencia podría haber tratado en beneficio de nuestros pueblos han sido eludidos con aterciopelada hipocresía.
El primero es la limitación de armamentos, como paso previo hacia un desarme progresivo; el segundo, el arbitraje obligatorio para resolver todas las divergencias entre las naciones de la América Latina.
Contra el primero (…) conspira la epidemia de locura militarista que ha invadido al mundo después de la gran guerra europea, además de los enormes intereses puestos en juego por los comisionistas que desean vendernos los armamentos sobrantes en Europa.
Contra el segundo, además del furor expansionista de algunos gobiernos, conspira sabiamente el de Estados Unidos, que se beneficia de nuestras discordias para preparar la ocasión de ser solicitado como amigable componedor y acentuar así su "derecho de intervención" en la política interna e internacional de nuestras nacionalidades.
El caso de Tacna y Arica revelará bien pronto toda la astucia y sagacidad de esa política. Los yanquis han hecho creer a los chilenos que resolverían el asunto a su favor, pero al mismo tiempo han hecho creer a los peruanos que lo resolverían conforme a sus aspiraciones. Y como los gobiernos de ambos países necesitan dinero prestado de Estados Unidos, han consentido en evitar la guerra, pidiéndole que haga la merced de zanjar ese pleito. ¿No es de creer que el Perú, endeudado y colonizado por los yanquis, tendría que resignarse ante una resolución desfavorable que le sería impuesta por su acreedor? ¿Y qué diría Chile si, necesitando algún empréstito, los yanquis le impusieran una autonomía del territorio disputado, bajo el contralor administrativo de Bolivia, que ya ha consentido a Estados Unidos el acaparamiento de enormes concesiones petrolíferas? Reconocemos que tales soluciones -que consideramos probables- serían beneficiosas para la paz; pero no puede ocultársenos que ellas han podido ser planteadas por una junta de arbitraje latinoamericano, sin necesidad de reconocer a los Estados Unidos el carácter de pacificador que le allanará el camino para imponernos mañana, a todos, su derecho de intervención -la Enmienda Platt- que ofenda y humille nuestra soberanía nacional.
La conferencia de Santiago, lo repetimos, tiene como único resultado facilitar la política de absorción sabiamente desenvuelta por el capitalismo petrolista. (…) Mañana vendrán los petroleros yanquis a repetir en Sudamérica las hazañas ensayadas ya contra Colombia y contra México, contra Cuba y contra Nicaragua, contra Santo Domingo y contra Haití. Donde haya petróleo -¡petróleo!-, minas, carnes, cereales o café, vendrá el prestamista a hipotecarnos primero y a someternos después, porque la independencia y la soberanía de un pueblo son vil andrajo cuando quedan supeditados a la intervención de un gobierno extranjero que sirve a la capacidad de sus trusts.