Un modo humano y humanizante de curar
Domingo 24 de
Agosto 2014
Cuando el sufrimiento psíquico se transforma en patológico. La psicoterapia puede ser un espacio y un recurso necesario para recobrar la palabra y encontrar sentido a la experiencia.
Nacemos humanos, pero con la tarea de humanizarnos.
Desde que nos incorporamos a la vida, comenzamos a formar parte de una sociedad y una cultura que nos preexiste. Pero nacer como “seres humanos” es sólo el comienzo, es la posibilidad, y el desafío, de llegar a serlo verdaderamente.
Nos humanizamos en los vínculos, en los afectos con que nutrimos esos vínculos; en el acceso a la palabra y al lenguaje, a lo simbólico y lo cultural; en la toma de decisiones y elecciones sustentadas en el deseo y la voluntad; en la afirmación de valores, en los proyectos de vida y la apropiación de posibilidades existentes en nuestro contexto que permiten nuestra realización personal.
Esta tarea inherente a nuestra condición humana (ya que podríamos decir: un animal no se “animaliza”), abarca toda nuestra integridad de seres biopsicosociales. Por lo tanto, no puede reducirse a una sola de estas dimensiones: nadie es plenamente humano, ni puede ser comprendido en toda su humanidad, sólo desde lo biológico, lo psicológico, o lo social. La tarea de humanizarse, por ende, tampoco puede estar supeditada a una categoría de salud-enfermedad en cualquiera de estas dimensiones. No es condición necesaria la salud, ni impedimento la enfermedad.
Sin embargo, puede afirmarse que existen condiciones biológicas, sociales, o psicológicas que favorecen el cumplimiento de la misma, o por el contrario la dificultan.
Entre estas últimas, se encuentra la enfermedad psíquica, a la que definiremos como una dolencia que afecta a uno o varios aspectos de nuestra vida (el pensamiento, el estado de ánimo, la voluntad, la capacidad de relacionarnos, etcétera), dolencia que por su duración e intensidad nos resulta extraña, inhabitual, y excede nuestras posibilidades de resolución; y que afecta significativamente nuestro desenvolvimiento en los distintos roles, en las elecciones y toma de decisiones en general.
Así entendida, una patología psíquica se encuentra dentro de las posibilidades de la vida humana. Podríamos decir que es un modo humano de enfermar... pero es deshumanizante! Genera tal extrañeza hacia nosotros mismos que hasta la propia experiencia se torna confusa y difícil de poner en palabras, los afectos se tensionan y se debilitan, las decisiones se evitan, se postergan o se vuelven rígidas e inmodificables, los proyectos se diluyen, se perturban o se mantienen indefinidamente postergados, generando todo ello la vivencia de transformarnos en extranjeros en nuestra propia existencia.
A ello se le suma una complejidad adicional, en tanto que a diferencia de la enfermedad orgánica, el sufrimiento que genera la patología psíquica resulta sumamente difícil de reconocer y puntualizar, por ser ésta tan íntima y subjetiva, difusa y abarcativa.
Ilustremos con ejemplos, pensando en primer lugar en aquellas personas que padecen una depresión, donde la vida pierde color y sentido, la realidad se vuelve ajena, donde sólo se ve la espalda del bienestar; los vínculos se viven como una carga, la desazón y la angustia son la primer y última vivencia de cada día y de todos los días en que esta afección se hace presente.
O el sufrimiento típico de aquellos a quienes se les impone la necesidad obsesiva de tener todo controlado para su reaseguro personal, para quienes la vida se ritualiza, se torna rígida aun en lo afectivo y lo vincular, se lleva a categorías extremas de “todo o nada”, “nunca o siempre”, y las decisiones se reducen a un manojo de frases omnipresentes: “debo..”, “tendría que..”, “mejor hubiera sido..”. seres humanos deshumanizados por la culpa y la insatisfacción personal.
O el abrumador padecimiento de la anorexia nerviosa, con el efecto tan distorsivo y dañino sobre la manera de mirar y experimentar el propio cuerpo, lo que lleva a negar, restringir y evitar los alimentos… como una expresión simbólica del mismo trato y relación que tienen con ellos mismos y su entorno vincular.
Sólo ejemplos de cuadros psicopatológicos específicos, pero que tienen como denominador común la dificultad más o menos severa de afrontar el desafío existencial que tiene cada persona: ser tan humano como pueda ser.
Cuando el sufrimiento psíquico se transforma en patológico, y afecta nuestras posibilidades humanizantes, la psicoterapia puede ser un espacio y un recurso necesario para recobrar la palabra y encontrar un sentido a nuestra experiencia, posibilitando una reflexión y autocomprensión más libre y serena, conquistando el “territorio” antes ocupado por la enfermedad. Se promueven las decisiones donde antes había inhibiciones o reacciones; las actitudes y elecciones donde antes había trabas y condicionamientos; los afectos armonizados donde antes había afectos perturbados o disociados; aspirando todo ello a una vida más libre y liberada.
El encuentro psicoterapéutico puede ser, entonces, un modo humano, y humanizante, de curar.
Desde que nos incorporamos a la vida, comenzamos a formar parte de una sociedad y una cultura que nos preexiste. Pero nacer como “seres humanos” es sólo el comienzo, es la posibilidad, y el desafío, de llegar a serlo verdaderamente.
Nos humanizamos en los vínculos, en los afectos con que nutrimos esos vínculos; en el acceso a la palabra y al lenguaje, a lo simbólico y lo cultural; en la toma de decisiones y elecciones sustentadas en el deseo y la voluntad; en la afirmación de valores, en los proyectos de vida y la apropiación de posibilidades existentes en nuestro contexto que permiten nuestra realización personal.
Esta tarea inherente a nuestra condición humana (ya que podríamos decir: un animal no se “animaliza”), abarca toda nuestra integridad de seres biopsicosociales. Por lo tanto, no puede reducirse a una sola de estas dimensiones: nadie es plenamente humano, ni puede ser comprendido en toda su humanidad, sólo desde lo biológico, lo psicológico, o lo social. La tarea de humanizarse, por ende, tampoco puede estar supeditada a una categoría de salud-enfermedad en cualquiera de estas dimensiones. No es condición necesaria la salud, ni impedimento la enfermedad.
Sin embargo, puede afirmarse que existen condiciones biológicas, sociales, o psicológicas que favorecen el cumplimiento de la misma, o por el contrario la dificultan.
Entre estas últimas, se encuentra la enfermedad psíquica, a la que definiremos como una dolencia que afecta a uno o varios aspectos de nuestra vida (el pensamiento, el estado de ánimo, la voluntad, la capacidad de relacionarnos, etcétera), dolencia que por su duración e intensidad nos resulta extraña, inhabitual, y excede nuestras posibilidades de resolución; y que afecta significativamente nuestro desenvolvimiento en los distintos roles, en las elecciones y toma de decisiones en general.
Así entendida, una patología psíquica se encuentra dentro de las posibilidades de la vida humana. Podríamos decir que es un modo humano de enfermar... pero es deshumanizante! Genera tal extrañeza hacia nosotros mismos que hasta la propia experiencia se torna confusa y difícil de poner en palabras, los afectos se tensionan y se debilitan, las decisiones se evitan, se postergan o se vuelven rígidas e inmodificables, los proyectos se diluyen, se perturban o se mantienen indefinidamente postergados, generando todo ello la vivencia de transformarnos en extranjeros en nuestra propia existencia.
A ello se le suma una complejidad adicional, en tanto que a diferencia de la enfermedad orgánica, el sufrimiento que genera la patología psíquica resulta sumamente difícil de reconocer y puntualizar, por ser ésta tan íntima y subjetiva, difusa y abarcativa.
Ilustremos con ejemplos, pensando en primer lugar en aquellas personas que padecen una depresión, donde la vida pierde color y sentido, la realidad se vuelve ajena, donde sólo se ve la espalda del bienestar; los vínculos se viven como una carga, la desazón y la angustia son la primer y última vivencia de cada día y de todos los días en que esta afección se hace presente.
O el sufrimiento típico de aquellos a quienes se les impone la necesidad obsesiva de tener todo controlado para su reaseguro personal, para quienes la vida se ritualiza, se torna rígida aun en lo afectivo y lo vincular, se lleva a categorías extremas de “todo o nada”, “nunca o siempre”, y las decisiones se reducen a un manojo de frases omnipresentes: “debo..”, “tendría que..”, “mejor hubiera sido..”. seres humanos deshumanizados por la culpa y la insatisfacción personal.
O el abrumador padecimiento de la anorexia nerviosa, con el efecto tan distorsivo y dañino sobre la manera de mirar y experimentar el propio cuerpo, lo que lleva a negar, restringir y evitar los alimentos… como una expresión simbólica del mismo trato y relación que tienen con ellos mismos y su entorno vincular.
Sólo ejemplos de cuadros psicopatológicos específicos, pero que tienen como denominador común la dificultad más o menos severa de afrontar el desafío existencial que tiene cada persona: ser tan humano como pueda ser.
Cuando el sufrimiento psíquico se transforma en patológico, y afecta nuestras posibilidades humanizantes, la psicoterapia puede ser un espacio y un recurso necesario para recobrar la palabra y encontrar un sentido a nuestra experiencia, posibilitando una reflexión y autocomprensión más libre y serena, conquistando el “territorio” antes ocupado por la enfermedad. Se promueven las decisiones donde antes había inhibiciones o reacciones; las actitudes y elecciones donde antes había trabas y condicionamientos; los afectos armonizados donde antes había afectos perturbados o disociados; aspirando todo ello a una vida más libre y liberada.
El encuentro psicoterapéutico puede ser, entonces, un modo humano, y humanizante, de curar.
Con información de
lavoz