Las cinco paradojas de Javier Milei

Por: Carlos Pagni
Martes 19 de Noviembre 2024

El Presidente y su amigo estatista: Trump; Elon Musk, en la mira de Janja da Silva; Musk, China e Irán; Xi Jinping y las “fuerzas del Cielo”; un gobierno que beneficia a los más pobres, pero no lo sabe
Henry Kissinger decía que la fascinación del intelectual, al igual que la fascinación del periodista, es el drama del político, algo muy molesto para él: la paradoja. El político debe tomar decisiones claras, tiene que ver blanco o negro, y no le resulta mortificante detenerse en contradicciones, matices o perplejidades de los fenómenos o los hechos. Por el contrario, la función del periodista es precisamente mostrarlos. Al final de ese camino, se trata de mostrar cómo algo puede ser eso y su contrario. Que una cosa es blanca y la otra negra pero, en realidad, hay un poco de negro en lo blanco y de blanco en lo negro. Y donde nos muestran rupturas se esconden muchas veces continuidades. La labor del periodismo, en ese sentido, es evitar que nos vendan, o que le vendan a la opinión pública, gato por liebre, algo que el poder tiende a hacer muy a menudo. Siempre, en el ejercicio del poder, donde es necesario convencer, hay algo de engaño.
 
Hay algunas paradojas que rodean a la política, a las conductas y a los discursos del gobierno de Javier Milei, así como del grupo que lo rodea y de sus militantes más convencidos. Una de estas paradojas ilustra su relación con Donald Trump. Este punto de vista es clave para enriquecer nuestra comprensión del fenómeno, permitiéndonos ver cuánto de negro hay en lo blanco y cuánto de blanco hay en lo negro.
 
Milei estuvo en Mar-a-Lago, el exclusivo club de Donald Trump en Palm Beach. Allí fue la estrella de una celebración por varias razones, pero la más importante es que era el único presidente presente en ese encuentro. Este festejo combinó la celebración del triunfo de Trump con una reunión de una organización de ultraderecha que se ve reflejada en Trump y en movimientos similares, como La Libertad Avanza.
 
Sin embargo, cuando analizamos la propuesta económica de Trump, surge una contradicción importante con la de Milei. Trump, como presidente electo de los Estados Unidos, pretende continuar con una política económica proteccionista de su primer gobierno, cuya clave está en el aumento de aranceles para proteger la industria y el empleo nacional de la competencia de productos importados, especialmente chinos. El proteccionismo, por definición, requiere la intervención del Estado. Es estatista. No existe proteccionismo sin Estado, lo que lo coloca en abierta contradicción con el ultraliberalismo de Milei, que considera que detrás de cualquier acción estatal hay una perversión.
 
Trump promueve una política que se asemeja más a la que podría predicar un líder peronista o kirchnerista que a la de un liberal como Milei. Seguramente, Cristina Kirchner y su entorno ven con fascinación cómo en Estados Unidos se defiende el proteccionismo. Esto no solo plantea una contradicción con el pensamiento y la práctica de Milei, sino que podría amenazar su política económica. Este proteccionismo podría generar un rebrote inflacionario en Estados Unidos, lo que llevaría a la Reserva Federal a subir las tasas de interés, provocando una gran aspiración de dólares en el mundo, una fuga hacia el dólar que afectaría la economía argentina y plantearía un desafío enorme, ya que dispararía el dólar libre, ampliaría la brecha cambiaria y dificultaría los objetivos de Milei de contener la inflación y levantar el cepo cambiario, que es lo que busca el Gobierno para reactivar la economía.
 
Estamos en un mundo lleno de paradojas: el presidente de Estados Unidos defiende la intervención del Estado para proteger su economía, mientras que China aboga por el libre comercio y por instituciones destinadas a proteger ese libre comercio. como la OMC. Se puede argumentar que China hace trampa en ese libre comercio, mediante prácticas como el dumping, que permiten vender productos a precios extremadamente bajos gracias al apoyo estatal. Esto alimenta el discurso de Trump, quien ve en estas prácticas una amenaza que requiere una respuesta proteccionista.
 
En este contexto, hace meses visitó la Argentina José Fernández, un funcionario estadounidense que es el segundo del Departamento de Estado, encargado  de orientar las inversiones internacionales con criterio geopolítico. En confianza, admitió que Estados Unidos está perdiendo frente a China porque su capacidad de subsidiar industrias no compite con el respaldo estatal chino, que permite vender a precios muy bajos lo que fabrican. Los chinos van ganando una batalla de control internacional de los mercados no solo en materia de comercio sino de inversiones. Esto explica esta especie de guerra nueva “guerra fría”, centrada en lo económico, donde el eje de Trump es enfrentar a China con medidas proteccionistas que, inevitablemente, le deben hacer ruido en la visión económica de Milei.
 
A pesar de esta contradicción económica, hay afinidades en otros terrenos. No en lo ideológico, que es una palabra muy ambiciosa, sino en sensibilidades. Formas de entender ciertos temas. Por ejemplo, la agenda de género. Todo lo que tiene que ver no solo con feminismo, sino también con las políticas LGTB. El gobierno que está por llegar en Estados Unidos está en contra de esa agenda. El actual gobierno, en cambio, está a favor. Esto se vio, por ejemplo, en el altísimo perfil que cultivó el embajador Marc Stanley en la marcha del orgullo gay, destacando la presencia de la Embajada de Estados Unidos abrazada a esos criterios.
 
Sin embargo, el próximo gobierno, el de Donald Trump, al igual que el de la Argentina con Milei, adopta una postura opuesta. De hecho, en la Cancillería argentina, Karina Milei envió a una abogada cercana a ella para intervenir en las políticas nacionales en foros internacionales relacionadas con género, abrazando posiciones ultraconservadoras.
 
Por otro lado, la agenda sobre el cambio climático ha sido una obsesión para el gobierno de Joe Biden, que incluso designó a John Kerry, una figura destacada del Partido Demócrata, como responsable de esa política. En contraste, tanto Jair Bolsonaro en Brasil como Milei en la Argentina están en contra de estas políticas, coincidiendo con Trump. Este rechazo se extiende a la Agenda 2030 de la ONU, un conjunto de orientaciones para la sostenibilidad social y ambiental en las políticas públicas. Acá sí coinciden Milei y Trump. Coinciden tanto que Milei llegó al G20 en Brasil casi como un emisario de Trump. Joe Biden, representante de lo que está saliendo en Estados Unidos, llegó tarde al evento de la “foto de familia”, lo que también ocurrió con Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, y el canadiense Justin Trudeau. Razón por la cual repetirán la foto. En este contexto, Milei representa lo que está por venir en Estados Unidos. Ahora, la gran pregunta es qué hará la Argentina con el documento final de la cumbre: si lo suscribirá con objeciones o directamente no lo firmará. Esto podría ser problemático, ya que las declaraciones finales de estas cumbres suelen ser adoptadas por consenso absoluto, aunque existe la posibilidad de hacer notas aclaratorias a pie de página. A última hora de anoche trascendía que Milei ya lo había firmado. Más aun, se comentaba que lo hizo por el temor a que se expulsara al país de ese club.
 
La cumbre, organizada en Río de Janeiro con Lula da Silva como anfitrión, es importante porque tiene un carácter casi explícitamente anti-Trump. A tal punto que el sábado se llevó a cabo un G20 social, paralelo, donde habló Janja da Silva, esposa de Lula y una socióloga de izquierda con gran influencia en el presidente brasileño. Ella se dirigió a la multitud y, en un momento, al oír un ruido extraño, bromeó: “Debe ser Elon Musk”. Posteriormente, expresó algo más contundente: “Fuck you Elon Musk”. Este comentario se dirigió contra el dueño de X (anteriormente Twitter), Tesla y otras importantes empresas tecnológicas, quien es también uno de los principales sostenes de Trump y el hombre más rico del mundo, según la encuesta de Forbes. Musk respondió lacónicamente en su red social con un mensaje que molesta a cualquier político: “Van a perder las próximas elecciones”, refiriéndose al PT y, por extensión, a la izquierda brasileña. Lo peor que se le puede decir a un político, probablemente. Musk va a ser ministro de Trump en un ministerio de reforma del Estado. Milei está orgulloso de que Musk ya haya hablado con Federico Sturzenegger para inspirarse en algunas desregulaciones para hacer en Estados Unidos.
 
Hay que mirar el papel de Musk. Esto habla de un nuevo actor, con una creciente importancia en la política internacional, no solo como empresario, sino como un nuevo tipo de político. En la Argentina, Milei ha mostrado una fascinación similar por empresarios tecnológicos, como se vio recientemente en su reunión con representantes de fintechs y con figuras como Pierpaolo Barbieri, que lo recibió en Ualá. La fascinación y el fervor de Marcos Galperin, sosteniendo y apoyando al Gobierno. También se destaca Demian Reidel, jefe de gabinete de asesores de Milei, su principal vínculo con Silicon Valley.
 
Cíclicamente ocurre algo: cierta parte de la sociedad busca un modelo de organización  que venga a redimir a la política, un modelo de funcionamiento de organizaciones que logre liberarla de sus propios vicios. Esto ocurrió durante décadas enteras en la Argentina y América Latina. El modelo, en su momento, era el cuartel. Los militares intervenían no solo para “poner orden” a través de golpes de Estado, sino también para imponer un estilo de comportamiento. Finalmente, y muy felizmente, nos curamos de esa enfermedad del golpe de Estado, pero seguimos buscando fuera de la política un modelo que la redima. Francisco de Narváez, Mauricio Macri, la crisis de 2001... la mirada se volcó hacia los empresarios clásicos. Gente que, según la percepción popular, debía saber cómo solucionar los problemas porque manejan grandes organizaciones, saben hacer planes de negocios, muchos de ellos estudiaron en el extranjero. Son exitosos, hacen dinero. La idea era que ellos sabían más que los políticos sobre cómo resolver los problemas del país. Sin embargo, finalmente terminan cediendo ante la política.
 
Y ahora aparece este nuevo tipo de empresario: el emprendedor digital. Un perfil que tiene todo que ver con una nueva forma de entender el poder, la relación entre la política y la ciudadanía, y las campañas electorales, sirviéndose de la gran masa de datos que puede procesar el sistema digital. ¿Quién gana? ¿Quién genera riqueza? ¿Quién domina la escena? El que posee los datos. Por eso adquieren redes sociales: porque lo valioso en ellas son los datos.
 
Este fenómeno ejerce una fascinación sobre los políticos y sus asesores, como Santiago Caputo, “el Mago del Kremlin”. La posibilidad de manejar grandes volúmenes de datos para conducir a la opinión pública, metiéndose en su cabeza a partir de la información que circula por las redes, se ha convertido en el nuevo paradigma del poder.
 
Musk es un ejemplo de esta figura, con una gran influencia gracias a su control de redes sociales, que utilizan los datos de sus usuarios como principal activo. Un “detalle” para entender lo de Janja da Silva: X fue suspendida en Brasil durante 39 días por promover noticias falsas e instigar al odio. Posteriormente, la justicia permitió su restablecimiento con una multa de cinco millones de dólares. En este caso, se revela un conflicto que no es solo judicial, sino también simbólico.
 
Musk comienza a ocupar un lugar muy relevante en el entorno de Trump. Habrá que ver hasta dónde podrán llevarse bien, ya que ambos son personas altamente centradas en sí mismas, con egos enormes. Sin embargo, algunos movimientos recientes de Musk llaman la atención, y no están relacionados únicamente con sus propuestas de transformación del Estado.
 
En una columna publicada en el Financial Times, se recordó que Musk tiene un desarrollo industrial significativo en China, donde se fabrican muchos de los autos Tesla que comercializa. Entonces, se pregunta el Financial Times: ¿no será Elon Musk un amortiguador de la relación entre los chinos y Estados Unidos? Xi Jinping acaba de anunciar que busca cooperar, encontrar una forma de entendimiento con China. Pero, ¿hasta dónde llega esta agresividad? ¿Es solo una retórica de campaña permanente diseñada para captar el apoyo de trabajadores temerosos de perder su empleo ante la invasión de productos chinos? Esto se irá esclareciendo a medida que avance el gobierno.
 
Por otro lado, Elon Musk, con fuertes vínculos en China, protagonizó un hecho llamativo reportado por The New York Times: una reunión con Amir Saeid Iravani, el representante de Irán en Naciones Unidas. Esto ocurrió la semana pasada. Iravani, embajador del régimen iraní en la ONU, representa a un país prácticamente en guerra abierta con Israel. Se consultó a funcionarios iraníes sobre la reunión, y aunque confirmaron que ocurrió en un lugar secreto de Nueva York, no dieron más detalles. La vocera de la campaña de los republicanos, Karoline Leavitt, afirmó: “No comentaremos encuentros privados, pero Trump tiene un compromiso de pacificar el mundo”.
 
Esto plantea una pregunta: ¿cuánto de lo dicho en la campaña electoral sobre un mundo más agresivo será realidad? ¿Será, en cambio, un gobierno más negociador, como el del primer Trump, que se aproximó hasta a Corea del Norte?
 
En otro frente está la relación entre Javier Milei y Brasil. El presidente argentino llegó a la cumbre en Río de Janeiro con consignas afines a las de Trump, pero el gobierno brasileño, según interpretaciones filtradas a la prensa, considera que la Argentina está aislada en este encuentro. Milei explicaría, en una contestación imaginaria: “Eso es lo que queremos, demostrar nuestro aislamiento porque somos parte del mundo que viene”. A pesar de la fria formalidad en el trato con Lula —se saludaron por primera vez tras cruzar duras declaraciones en el pasado—, ocurrió un hecho relevante: el ministro de Economía argentino, Luis Caputo, firmó un acuerdo con el titular brasileño de la cartera de Minas y Energía, Alexandre Silveira, para avanzar en un emprendimiento que permitirá exportar gas de Vaca Muerta al mercado industrial brasileño.
 
Este proyecto tiene implicancias estratégicas: si la Argentina encuentra nuevos clientes para su gas, puede estimular más inversiones en Vaca Muerta. Además, además de un gasoducto, se planea utilizar el nuevo puerto de Río Negro para licuar gas y transportarlo por barco, en línea con la reindustrialización brasileña.
 
Por encima de las tensiones, la diplomacia sigue trabajando. Detrás de este acuerdo está Julio Bitelli, embajador de Brasil en Buenos Aires, quien teje pacientemente gestiones bilaterales a pesar de la tirantez que existe entre los presidentes.
 
En esta cumbre del G20, otro punto destacado es la “Alianza contra el Hambre”, impulsada por Lula. Milei ha firmado el documento. La declaración final se sigue negociando por las disidencias que introduce Rusia con sus últimos ataques a Ucrania. Junto con la autorización de Biden para que Ucrania utilice misiles norteamericanos de largo alcance contra suelo ruso. Todo esto complica la redacción del comunicado final. Lo mismo ocurre con las tensiones por el ataque terrorista de Hamás contra Israel y las posturas de países musulmanes dentro del G20. Sobre todo Arabia Saudita.
 
El objetivo principal de Milei en esta cumbre es reunirse con Xi Jinping, líder de la “China comunista” que el presidente argentino criticaba duramente hasta hace poco. Sin embargo, tras la renovación del swap de monedas que evitó un colapso financiero en la Argentina, ha cambiado su discurso. Ahora considera que China responde y aporta soluciones, a diferencia de los demócratas estadounidenses, a quienes reprocha falta de apoyo.
 
Por último, esto nos introduce en otra paradoja: la de la relación con la izquierda. El fin de semana se realizó un acto político que generó controversia por su estética radical. Fue organizado por una agrupación llamada “Las Fuerzas del Cielo”, impulsada por Santiago Caputo. En el acto se pronunciaron discursos que delinean estrategias de provocación y búsqueda de adhesión electoral.
 
Uno de los discursos fue dado por un activista muy inquieto y visible de este gobierno de La Libertad Avanza, Daniel Parisini, el “Gordo Dan”, presente en redes sociales como en una plataforma de streaming, Carajo. Esta plataforma, perteneciente a un grupo empresarial polifacético, ofrece opciones ideológicas diversas para sus “radios”: una línea de derecha, otra de izquierda y, si se quiere, hasta de centro. En este caso, Parisini lidera un programa llamado La Misa del Gordo Dan.
 
Otro discurso fue pronunciado por Agustín Laje, un escritor e ideólogo previo al surgimiento de Milei, quien durante el kirchnerismo defendía posturas contradictorias con esa etapa política. Ahora, Laje está alineado con este gobierno.
 
La agrupación “Fuerzas del Cielo” se autodenomina “el brazo armado de La Libertad Avanza” y la “guardia pretoriana del presidente Javier Milei”. Esto genera varias reflexiones evidentes, aunque resulte casi vergonzoso subrayarlas: alguien que se proclama libertario no puede tener guardias pretorianas ni batallas que impliquen la eliminación del otro. Pero esta es claramente una provocación de un grupo político que busca tener su propia “Cámpora” y sus “pibes para la liberación”, convencido de que no hay cambios posibles sin alguna forma de hegemonía o autoritarismo.
 
El acto mostró una estética que algunos podrían considerar fascistoide, con estandartes que evocan a la Europa de los años 20 y 30. Esto plantea la pregunta: ¿cómo encaja aquí la relación con Xi Jinping y la ayuda de China?
 
En su discurso, Laje dijo: “Gloria. Serán años de victoria, pero también serán años de mucho trabajo y de mucho combate, porque las verdaderas contradicciones políticas han emergido y están a la vista de todos. La Argentina está partida, pero está bien que esté partida, porque ahora podemos identificar perfectamente a los buenos y los malos. Sabemos quién está en cada bando. Por primera vez, sabemos que de un lado están quienes respetan la vida y la dignidad humana, y del otro, los zurdos hijos de…”.
 
Es evidente que esta estrategia busca un enemigo claro para competir en las próximas elecciones. Sin embargo, genera una paradoja: ¿dónde queda Xi Jinping en este discurso sobre buenos y malos? Resulta llamativo cómo, en un relato binario sobre luchas entre el bien y el mal, se definen a los buenos como absolutamente buenos y a los malos como absolutamente malos. Es una idea infantil que genera cierta envidia por su claridad, aunque en la vida real el bien y el mal suelen mezclarse.
 
Esto nos lleva a otra paradoja: la relación con el kirchnerismo. Mientras  Caputo impulsa actos como este para establecer un clima político en la campaña, al mismo tiempo negocia por lo bajo con Wado de Pedro, intentando acuerdos, incluso sobre la Corte Suprema de Justicia, con nombres como García Mancilla y el juez Lijo.
 
En este contexto, surge la discusión sobre la quita de la jubilación de privilegio a Cristina Kirchner. Si bien esta medida tiene una sanción político-moral tras su condena judicial, también pone sobre la mesa un problema más amplio: el sistema previsional argentino.
 
Las jubilaciones representan uno de los principales problemas fiscales, junto con los subsidios energéticos. Según un estudio del Instituto para el Desarrollo Social Argentino, liderado por Jorge Colina, en la Argentina, el 62% de las jubilaciones son no contributivas, otorgadas a personas que nunca aportaron. Esto incluye jubilaciones que actúan como planes sociales y generan derechos adquiridos.
 
El problema es que una política social efectiva debería sacar a las personas de la pobreza, pero no se pueden quitar esos beneficios una vez otorgados. Históricamente, la inflación ha servido para licuar esta masa de gasto. El responsable de este desastre fue Sergio Massa, quien, siendo titular de la Anses en 2006 y 2007, incorporó a legiones de personas al sistema previsional sin prever cómo financiarlo. El 18% corresponde a regímenes especiales y diferenciales; y 20% corresponde al sistema general, el régimen clásico con aportes.
 
Esto coloca a la Argentina en una paradoja: es un país con población joven, pero con problemas previsionales propios de uno con población envejecida. Aunque es más atractivo debatir sobre la jubilación de Cristina, abordar este problema estructural es una tarea mucho más compleja para la política. ¿Dónde está parado el gobierno?
 
Por un lado, Cristina Kirchner encabezó este domingo un acto por el Día del Militante en Santiago del Estero. Fue allí que, enojada desde que le sacaron la jubilación, destacó al gobernador Gerardo Zamora como quien representa el modelo ejemplar de políticas públicas deseables del Estado. Esto resulta paradójico, ya que Zamora, un radical, firmó los “Pactos de Mayo” con Milei, planes totalmente opuestos a las ideas de Cristina, quien igual admite que es un gobernador con las políticas correctas.
 
En ese acto estuvieron Wado de Pedro y José Emilio Neder, “Pichón” Neder, y también el diputado nacional José Gómez. Este legislador ganó notoriedad la semana pasada porque el bloque de diputados peronistas junto con el que dirige Pichetto y parte del radicalismo necesitaba más de 129 votos para poder votar una nueva reglamentación de los DNU para sacarle la lapicera de Milei. Esa posibilidad no se verificó porque Gómez no asistió, alegando enfermedad. Según dicen, esta ausencia fue negociada entre Zamora y el astuto Guillermo Francos, jefe de gabinete de Milei. Así, la sesión no prosperó, y Milei mantuvo la capacidad de firmar decretos, una herramienta crucial para su gobierno. Se la pudo ver a Cristina Kirchner compartiendo espacio con Gómez, lo que plantea otra paradoja: ¿cómo es posible que alguien tan sagaz como ella haya caído en esta “trampa”? ¿La llevaron dormida hasta que le sacaron las jubilaciones? Misterios de las paradojas políticas.
 
Por otro lado, una encuesta de la consultora Mide, liderada por Gonzalo de Janín, muestra el buen momento en el que está el oficialismo. Por eso también hubo una celebración tan eufórica por el triunfo de Trump, porque los diritgentes de las “fuerzas del cielo” perciben que todos los planetas están alineados con Milei.
 
En esa encuesta se puede observar que a partir de mayo la pobreza empezó a ser la preocupación más importante, si bien cae del 25% al 21% entre septiembre y noviembre. Y la inflación empieza a parecer una preocupación marginal. ¿Tiene impacto político esta preocupación por la pobreza? Daría la impresión de que todavía no.  Esto quiere decir que el gobierno es premiado por la caída de la inflación y no es castigado por la pobreza. El tema de la pobreza no parece estar politizándose. Es una preocupación, pero no se traslada a la consideración política.
 
Las expectativas sobre la situación del país han mejorado: el 39% cree que estará mejor en noviembre, y solo el 30% piensa que empeorará el año que viene. En octubre se han dado vuelta las expectativas.
 
Por último, a nivel personal, el 35% opina que le irá mejor, mientras disminuye la percepción de quienes creen que les irá peor. Esto indica que hay expectativas positivas. Este cambio también se observa desde octubre, cuando comenzaron a verificarse la baja de la inflación, la reducción del riesgo país, la estabilidad del dólar y el achicamiento de la brecha cambiaria.
 
Cabe recordar que lo que llevó a Milei al poder, lo que provocó el derrumbe de la política tradicional como la conocíamos, fue un estado de ánimo de desazón y pérdida de sentido. Por eso es interesante ver que ahora el 29% de la población dice vivir con esperanza, y un 15% con confianza, lo que suma prácticamente el 44%. Por otro lado, el 15% expresa bronca, el 10% desilusión y el 7% miedo. Estos niveles de confianza explican cómo Milei logra mantenerse en las encuestas a pesar del ajuste y las dificultades actuales.
 
Todo esto plantea una última paradoja relacionada con el discurso del gobierno y cómo se percibe a sí mismo. Algunos observadores consideran que el gobierno no está capitalizando todo el beneficio que podría obtener de sus políticas. Habla de una “guardia pretoriana”, de un “ejército”, de “batallas”, y se enfoca en una narrativa de buenos contra malos. Esta fascinación ideológica por presentarse como una derecha retardataria o reaccionaria lleva al Gobierno a privarse de un discurso social que podría estar ligado a su mayor logro: la baja de la inflación. Reducción que ha permitido aliviar el peso de ese gran impuesto, el impuesto inflacionario, que castiga a los más pobres, y les degrada los ingresos.
 
La paradoja fue que la recuperación del poder adquisitivo del salario fue la gran derrota del gobierno de Alberto Fernández, como lo reconoció la propia Cristina Kirchner. Ese gobierno, supuestamente peronista y de centroizquierda, degradó tanto los salarios, como los ingresos de quienes viven en la informalidad. En contraste, ahora aparece un Gobierno con un discurso ortodoxo, ultraliberal, de ajuste fiscal, y de ultraderecha, que ha logrado recuperar los ingresos gracias a la caída de la inflación. Este cambio ha generado expectativas positivas, pero el oficialismo parece no saber comunicarlo en el mercado electoral. Como si sufriera una especie de miopía respecto de sí mismo o estuviera enamorado de consignas ideológicas que quizá no le rindan en términos electorales.
 
En cuanto al nivel de acuerdo con las políticas económicas, el 52% de las personas considera que son correctas, mientras que el 48% las ve incorrectas, con una ventaja de apenas cuatro puntos.
 
Además, el 30% cree que las medidas del gobierno lo afectan negativamente. Se presenta una paradoja: la mayoría de la gente dice que estas políticas los perjudican, pero también opina que están bien. Probablemente esto se deba a que entienden que lo que está haciendo el gobierno es una respuesta necesaria ante el mal desempeño del gobierno anterior. Tal vez también porque, al mirar al futuro, no ven a nadie más que pueda hacerlo mejor, aunque no estén plenamente de acuerdo con lo que está haciendo el gobierno actual.
 
Milei sigue reinando sobre una clase política en estado de estupor, pero quizá no pueda capitalizar todo el potencial político que podría obtener, atrapado en su propio enamoramiento ideológico y el de su grupo.
Con información de La Nación

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