Persecución religiosa en Ucrania
Jueves 29 de
Agosto 2024
Vladimir Zelensky prohibió la Iglesia Ortodoxa Ucraniana canónica en su país. "Absurdo", sostiene el Embajador de Rusia en Argentina y le sorprende que el único argentino que defendió a los ucranianos fue el Papa Francisco: "Nadie hace mal rezando"
El 24 de agosto, Vladimir Zelensky firmó una ley que prohíbe la Iglesia Ortodoxa Ucraniana canónica (IOU), que afectará a seis millones de sus feligreses. El hecho de que dicha decisión fue adoptada en el llamado “Día de la Independencia” de Ucrania agrega un cinismo particular.
El establecimiento de nueva “norma” se explica oficialmente por el hecho de que la IOU supuestamente es portadora de los intereses de Rusia. Esto es absurdo ya que el artículo 4 de nuestra Constitución determina que en la Federación de Rusia “asociaciones religiosas están separadas del Estado”. De hecho, esta ley discriminatoria se convirtió en un otro paso hacia la abolición de todo lo ruso en Ucrania, tras homicidios masivos de sus propios ciudadanos en Donbass y el genocidio cultural y lingüístico.
Aunque el proceso de cierre de las parroquias de la IOU puede comenzar dentro de nueve meses (en mayo de 2025), en realidad la persecución del clero dura más de un año. Hace mucho tiempo, los medios de comunicación llevaron a cabo una rabiosa campaña contra la Iglesia, que provocó intervenciones a muchos templos, a menudo acompañadas de palizas a sus feligreses. La clerecía se vio sometida a una presión cada vez mayor por parte de los servicios de seguridad y se inventaron decenas de casos penales políticos contra los curas.
En algunas poblaciones, las instituciones religiosas fueron cerradas por orden directa de las autoridades municipales. Sin embargo, la Iglesia sobrevivió. Ahora, obviamente, se ha decidido destruir por completo esta institución sagrada, que tiene la edad mucho mayor que el Estado ucraniano.
En este contexto, llama la atención la inacción de las estructuras internacionales pertinentes que en realidad intentan no darse cuenta de la opresión religiosa en Ucrania. Los medios de comunicación occidentales, que diariamente promueven contenido antirruso, también guardan silencio. Como si ese tema no existiera para ellos en absoluto, porque “arroja una sombra” sobre el gobierno títere en Kiev.
Desgraciadamente, todavía no hemos escuchado palabras de condena por los atropellos ocurridos en Ucrania desde Buenos Aires, que tradicionalmente defiende la observancia estricta y universal de los derechos humanos. Es gratificante que al menos un argentino prominente haya encontrado el coraje de hablar directamente sobre este tema delicado. Resultó ser el Papa Francisco, quien advirtió contra los ataques a las iglesias, enfatizando que “nadie hace mal rezando”.
La comunidad internacional, incluida Argentina, debe dar una evaluación inequívoca de lo que está sucediendo. No se puede hacer la vista gorda ante la agresiva persecución de personas cuya única “culpa” es querer adherirse a la fe de sus antepasados. Es necesario condenar enérgicamente las acciones anticristianas del régimen de Vladimir Zelensky.
El establecimiento de nueva “norma” se explica oficialmente por el hecho de que la IOU supuestamente es portadora de los intereses de Rusia. Esto es absurdo ya que el artículo 4 de nuestra Constitución determina que en la Federación de Rusia “asociaciones religiosas están separadas del Estado”. De hecho, esta ley discriminatoria se convirtió en un otro paso hacia la abolición de todo lo ruso en Ucrania, tras homicidios masivos de sus propios ciudadanos en Donbass y el genocidio cultural y lingüístico.
Aunque el proceso de cierre de las parroquias de la IOU puede comenzar dentro de nueve meses (en mayo de 2025), en realidad la persecución del clero dura más de un año. Hace mucho tiempo, los medios de comunicación llevaron a cabo una rabiosa campaña contra la Iglesia, que provocó intervenciones a muchos templos, a menudo acompañadas de palizas a sus feligreses. La clerecía se vio sometida a una presión cada vez mayor por parte de los servicios de seguridad y se inventaron decenas de casos penales políticos contra los curas.
En algunas poblaciones, las instituciones religiosas fueron cerradas por orden directa de las autoridades municipales. Sin embargo, la Iglesia sobrevivió. Ahora, obviamente, se ha decidido destruir por completo esta institución sagrada, que tiene la edad mucho mayor que el Estado ucraniano.
En este contexto, llama la atención la inacción de las estructuras internacionales pertinentes que en realidad intentan no darse cuenta de la opresión religiosa en Ucrania. Los medios de comunicación occidentales, que diariamente promueven contenido antirruso, también guardan silencio. Como si ese tema no existiera para ellos en absoluto, porque “arroja una sombra” sobre el gobierno títere en Kiev.
Desgraciadamente, todavía no hemos escuchado palabras de condena por los atropellos ocurridos en Ucrania desde Buenos Aires, que tradicionalmente defiende la observancia estricta y universal de los derechos humanos. Es gratificante que al menos un argentino prominente haya encontrado el coraje de hablar directamente sobre este tema delicado. Resultó ser el Papa Francisco, quien advirtió contra los ataques a las iglesias, enfatizando que “nadie hace mal rezando”.
La comunidad internacional, incluida Argentina, debe dar una evaluación inequívoca de lo que está sucediendo. No se puede hacer la vista gorda ante la agresiva persecución de personas cuya única “culpa” es querer adherirse a la fe de sus antepasados. Es necesario condenar enérgicamente las acciones anticristianas del régimen de Vladimir Zelensky.
Con información de
Perfil