Putin arrancó su quinto mandato aislado internacionalmente, pero con un control más fuerte que nunca en Rusia
Por:
Luisa Corradini
Martes 07 de
Mayo 2024
El autócrata ruso seguirá otros seis años como jefe del Kremlin, donde ejerce un poder sin desafíos frente a una oposición desmantelada
PARÍS.- En el poder desde hace 25 años y después de haber ganado las últimas elecciones presidenciales con más de 87% de los votos, el presidente ruso, Vladimir Putin, fue investido este martes por quinta vez, para un mandato que irá hasta 2030.
El autócrata ruso prestó juramento durante una ceremonia organizada en el Kremlin, iniciando así su nuevo mandato de seis años al frente de su país, donde ejerce un poder incuestionado frente a una oposición desmantelada.
“Juro respetar y proteger los derechos y libertades del hombre y del ciudadano, respetar la Constitución, la soberanía, la independencia, la seguridad y la integridad del gobierno”, declaró. “Es un honor, una responsabilidad y un deber sagrado”, dijo en marco suntuoso de la sala Andreïevski del Kremlin.
Putin prometió a los rusos que vencerán “juntos” y saldrán “más fuertes” de un periodo difícil”, en pleno conflicto armado con Ucrania. “Somos un pueblo unido y grande. Y juntos superaremos todos los obstáculos. Juntos ganaremos”, afirmó ante una asistencia de 2500 personas, integrada por la élite rusa y combatientes que participan en la guerra.
“Atravesaremos este periodo difícil con dignidad y seremos aun más fuertes”, agregó, y llamó a “mirar hacia el futuro con confianza”.
“Nosotros determinaremos el destino de Rusia. Solamente nosotros. Por el bien de las generaciones actuales y futuras”, insistió en un discurso difundido por todas las cadenas de televisión del Estado.
Haciendo alusión -sin mencionarlos- a los distintos llamados en favor de una negociación de paz, Putin juzgó “posible” un intercambio con los occidentales “sobre cuestiones de seguridad y estabilidad estratégica”. Pero “solo en un pie de igualdad, respetando los intereses de cada uno”. Por fin hizo el elogio de “la estabilidad”, argumento central del Kremlin desde hace años para justificar su política y, sobre todo, el desmantelamiento de la oposición dentro del país.
A los 71 años, casi dos meses después de una reelección presentada como un fabuloso triunfo por el Kremlin, en ausencia de toda candidatura disidente, el jefe del Estado ruso se aseguró continuar en el poder hasta 2030. Y gracias a una revisión constitucional que aprobó en 2020, puede todavía presentarse para otro mandato hasta 2036, cuando tendrá 84 años.
La ceremonia de investidura se realizó con la presencia de algunos representantes extranjeros, entre ellos el embajador francés. Otros países europeos, como Polonia, Alemania y República Checa, decidieron no enviar delegados, marcando así su oposición a la política rusa.
El acto de investidura se realizó dos días antes del aniversario de la victoria soviética del 9 de mayo contra la Alemania nazi. Su celebración es un pilar de la política de “potencia mundial” que Putin reivindica para su país, y le sirve para justificar su guerra en Ucrania donde, a su juicio, combate a los “neonazis”.
Frente de guerra
La investidura coincide con una situación más favorable en el frente para las fuerzas rusas, que habían padecido humillantes reveses en la primavera y el otoño boreales de 2022, durante los primeros meses del ataque masivo contra Kiev. Estas últimas semanas, los asaltos rusos en el este de Ucrania aumentaron en intensidad, permitiendo la conquista progresiva de varias localidades, en particular en la zona de la ciudad de Avdiivka, conquistada en febrero.
Tras la ofensiva infructuosa del verano de 2023, y cuando la industria militar rusa produce en forma masiva, las tropas de Kiev carecen de municiones y de soldados, mientras la nueva ayuda de Estados Unidos sigue haciéndose esperar.
Ucrania calificó esta semana la ceremonia de investidura de Putin de “simulacro” de democracia. La diplomacia ucraniana estimó el lunes que la misma estaba destinada a dar “una ilusión de legalidad” al mantenimiento en el poder de Putin quien, según Kiev, transformó Rusia en “un Estado agresor” y el régimen que la gobierna en “una dictadura”.
A mediados de marzo, después de unos comicios ganados oficialmente con más del 87% de los votos, Putin se felicitó de una Rusia “unida” detrás suyo y de su Ejército. Los occidentales, por su parte, fustigaron una votación bajo presión, pocas semanas después de la muerte en prisión y en circunstancias oscuras del principal opositor ruso, Alexei Navalny, detenido en una cárcel del ártico.
Todos los principales opositores rusos se encuentran actualmente en exilio o en la cárcel. Lo mismo que centenares de personas sin actividad política, que manifestaron su oposición a la ofensiva de Moscú contra su vecina Ucrania. La presión del régimen también se hizo sentir contra las minorías sexuales, ya sometidas a una severa represión, que pagan las consecuencias de la promoción de los “valores tradicionales” defendidos por Putin frente a un Occidente, calificado de “depravado”.
El presidente ruso también consiguió sofocar el año pasado el intento de rebelión del exjefe del grupo paramilitar Wagner Yevgeni Prigozhin, que murió poco después al estrellarse el avión que lo llevaba a bordo.
Pero Putin enfrenta ahora numerosos desafíos. Por una parte, y a pesar de los avances parciales de sus tropas, el resultado del sangriento conflicto ucraniano sigue siendo incierto. Pero, sobre todo, esos desafíos son económicos.
La inflación, alentada por la explosión del presupuesto federal debido a los gastos militares, sigue persistiendo e inquieta a la población, cuyo poder adquisitivo se ha visto agravado por el efecto de las sanciones occidentales.
La economía rusa, muy dependiente de los ingresos obtenidos con los hidrocarburos, debe también someterse a un cambio de destino -reivindicado por Putin-, y dirigiérse prioritariamente hacia Asia, aun cuando las infraestructuras necesarias, costosas y lentas de construir, sean hoy casi inexistentes.
El autócrata ruso prestó juramento durante una ceremonia organizada en el Kremlin, iniciando así su nuevo mandato de seis años al frente de su país, donde ejerce un poder incuestionado frente a una oposición desmantelada.
“Juro respetar y proteger los derechos y libertades del hombre y del ciudadano, respetar la Constitución, la soberanía, la independencia, la seguridad y la integridad del gobierno”, declaró. “Es un honor, una responsabilidad y un deber sagrado”, dijo en marco suntuoso de la sala Andreïevski del Kremlin.
Putin prometió a los rusos que vencerán “juntos” y saldrán “más fuertes” de un periodo difícil”, en pleno conflicto armado con Ucrania. “Somos un pueblo unido y grande. Y juntos superaremos todos los obstáculos. Juntos ganaremos”, afirmó ante una asistencia de 2500 personas, integrada por la élite rusa y combatientes que participan en la guerra.
“Atravesaremos este periodo difícil con dignidad y seremos aun más fuertes”, agregó, y llamó a “mirar hacia el futuro con confianza”.
“Nosotros determinaremos el destino de Rusia. Solamente nosotros. Por el bien de las generaciones actuales y futuras”, insistió en un discurso difundido por todas las cadenas de televisión del Estado.
Haciendo alusión -sin mencionarlos- a los distintos llamados en favor de una negociación de paz, Putin juzgó “posible” un intercambio con los occidentales “sobre cuestiones de seguridad y estabilidad estratégica”. Pero “solo en un pie de igualdad, respetando los intereses de cada uno”. Por fin hizo el elogio de “la estabilidad”, argumento central del Kremlin desde hace años para justificar su política y, sobre todo, el desmantelamiento de la oposición dentro del país.
A los 71 años, casi dos meses después de una reelección presentada como un fabuloso triunfo por el Kremlin, en ausencia de toda candidatura disidente, el jefe del Estado ruso se aseguró continuar en el poder hasta 2030. Y gracias a una revisión constitucional que aprobó en 2020, puede todavía presentarse para otro mandato hasta 2036, cuando tendrá 84 años.
La ceremonia de investidura se realizó con la presencia de algunos representantes extranjeros, entre ellos el embajador francés. Otros países europeos, como Polonia, Alemania y República Checa, decidieron no enviar delegados, marcando así su oposición a la política rusa.
El acto de investidura se realizó dos días antes del aniversario de la victoria soviética del 9 de mayo contra la Alemania nazi. Su celebración es un pilar de la política de “potencia mundial” que Putin reivindica para su país, y le sirve para justificar su guerra en Ucrania donde, a su juicio, combate a los “neonazis”.
Frente de guerra
La investidura coincide con una situación más favorable en el frente para las fuerzas rusas, que habían padecido humillantes reveses en la primavera y el otoño boreales de 2022, durante los primeros meses del ataque masivo contra Kiev. Estas últimas semanas, los asaltos rusos en el este de Ucrania aumentaron en intensidad, permitiendo la conquista progresiva de varias localidades, en particular en la zona de la ciudad de Avdiivka, conquistada en febrero.
Tras la ofensiva infructuosa del verano de 2023, y cuando la industria militar rusa produce en forma masiva, las tropas de Kiev carecen de municiones y de soldados, mientras la nueva ayuda de Estados Unidos sigue haciéndose esperar.
Ucrania calificó esta semana la ceremonia de investidura de Putin de “simulacro” de democracia. La diplomacia ucraniana estimó el lunes que la misma estaba destinada a dar “una ilusión de legalidad” al mantenimiento en el poder de Putin quien, según Kiev, transformó Rusia en “un Estado agresor” y el régimen que la gobierna en “una dictadura”.
A mediados de marzo, después de unos comicios ganados oficialmente con más del 87% de los votos, Putin se felicitó de una Rusia “unida” detrás suyo y de su Ejército. Los occidentales, por su parte, fustigaron una votación bajo presión, pocas semanas después de la muerte en prisión y en circunstancias oscuras del principal opositor ruso, Alexei Navalny, detenido en una cárcel del ártico.
Todos los principales opositores rusos se encuentran actualmente en exilio o en la cárcel. Lo mismo que centenares de personas sin actividad política, que manifestaron su oposición a la ofensiva de Moscú contra su vecina Ucrania. La presión del régimen también se hizo sentir contra las minorías sexuales, ya sometidas a una severa represión, que pagan las consecuencias de la promoción de los “valores tradicionales” defendidos por Putin frente a un Occidente, calificado de “depravado”.
El presidente ruso también consiguió sofocar el año pasado el intento de rebelión del exjefe del grupo paramilitar Wagner Yevgeni Prigozhin, que murió poco después al estrellarse el avión que lo llevaba a bordo.
Pero Putin enfrenta ahora numerosos desafíos. Por una parte, y a pesar de los avances parciales de sus tropas, el resultado del sangriento conflicto ucraniano sigue siendo incierto. Pero, sobre todo, esos desafíos son económicos.
La inflación, alentada por la explosión del presupuesto federal debido a los gastos militares, sigue persistiendo e inquieta a la población, cuyo poder adquisitivo se ha visto agravado por el efecto de las sanciones occidentales.
La economía rusa, muy dependiente de los ingresos obtenidos con los hidrocarburos, debe también someterse a un cambio de destino -reivindicado por Putin-, y dirigiérse prioritariamente hacia Asia, aun cuando las infraestructuras necesarias, costosas y lentas de construir, sean hoy casi inexistentes.