Agitar el terror
Por:
Javier Calvo
Jueves 09 de
Noviembre 2023
En el último tramo de la campaña, Sergio Massa y Javier Milei profundizan una estrategia muy peligrosa, que les puede ser útil para ganar las elecciones pero explosiva cuando tengan que gobernar.
En el último tramo de la campaña electoral, los dos candidatos aceleran a fondo en una estrategia muy peligrosa, que les puede ser útil para ganar el 19N pero explosiva el día después: sembrar el terror.
Como obvio prólogo de lo que se verá en el crucial debate presidencial del domingo 12, Sergio Massa le sumó a su narrativa de propuestas -como si no formara parte del Gobierno o de la coalición oficialista de estos cuatro años- la demolición de su rival, con epicentro en su estabilidad emocional y en iniciativas de involución.
El ministro-candidato dejó el grueso de su artillería pesada para los metros finales previos a la segunda vuelta, cuando en teoría mucha gente termina de definir su voto.
Con razón o sin ella, Massa amplió sus dardos clásicos contra la dolarización, los aumentos si se quitan los subsidios, el fin de la educación y de la salud públicas, el comercio de órganos y un extenso etcétera.
Le sumó recientemente cuestionamientos personales a Javier Milei, como el que le dedicó por “hablar con su perro muerto”. Convendría que Massa evite tentarse con atacar la psiquis del contrincante, en nombre del respeto al voto popular y ni hablar si encima el líder libertario es elegido presidente: socava la investidura que otorga el sufragio universal.
Algo similar o peor se azuza desde La Libertad Avanza. Quienes manejan las redes libertarias toman imágenes de una recorrida de esta semana de Massa, donde luce descompensado por el calor y el agotamiento, para señalarlo como un cocainómano. Algún canal de televisión se hizo eco de ello. Un despropósito irresponsable.
Para agregarle más leña al fuego de los desquicios, el propio Milei volvió a izar la bandera del fraude electoral. Sostuvo suelto de lengua (pese a su nueva oralidad y gestualidad en cámara lenta) que en las presidenciales hubo irregularidades suficientes como para hablar de un comicio fraudulento, que quienes cuentan los votos son quienes gobiernan y que eso podría volver a ocurrir en el balotaje. En ese caso, advirtió, tendrían que ver qué camino tomar.
A Milei parece importarle poco que la justicia electoral haya desmentido las (falsas) acusaciones de fraude, microfraude y otras tonterías por el estilo, diseminadas en redes y medios pero jamás presentadas donde corresponde.
También a Milei parece importarle poco que este tipo de señalamientos pueda provocar un caos institucional. Ya ha pasado en otras latitudes hace relativamente poco: las tomas del Capitolio en Washington ante la derrota de Donald Trump y del Palacio del Planalto y del Congreso en Brasilia frente a un Jair Bolsonaro perdidoso.
Hay que resistir al convite de que menear la idea del fraude resulta apenas la estrategia de un mal perdedor. No. Dinamita aún más la credibilidad de nuestro sistema democrático, que con miles de fallas y de aspectos por mejorar es la mejor garantía de desarrollo sostenible y con equidad.
Tampoco contribuye a la fortaleza institucional que los dos candidatos presidenciales amaguen transitar por un camino de ida en los ataques. Acaso crean que se puede volver de eso sin demasiados costos. Ya lo han hecho y tal vez les sirva para conseguir más votos y ganar la elección.
Pero después del 19N está el día 20. Y el 21. Y el 22. Y el 10 de diciembre. Y la maraña de problemas gravísimos que debe encarar la gestión que se inicie. En nombre de eso y del respeto a una ciudadanía angustiada, no vale todo.
Como obvio prólogo de lo que se verá en el crucial debate presidencial del domingo 12, Sergio Massa le sumó a su narrativa de propuestas -como si no formara parte del Gobierno o de la coalición oficialista de estos cuatro años- la demolición de su rival, con epicentro en su estabilidad emocional y en iniciativas de involución.
El ministro-candidato dejó el grueso de su artillería pesada para los metros finales previos a la segunda vuelta, cuando en teoría mucha gente termina de definir su voto.
Con razón o sin ella, Massa amplió sus dardos clásicos contra la dolarización, los aumentos si se quitan los subsidios, el fin de la educación y de la salud públicas, el comercio de órganos y un extenso etcétera.
Le sumó recientemente cuestionamientos personales a Javier Milei, como el que le dedicó por “hablar con su perro muerto”. Convendría que Massa evite tentarse con atacar la psiquis del contrincante, en nombre del respeto al voto popular y ni hablar si encima el líder libertario es elegido presidente: socava la investidura que otorga el sufragio universal.
Algo similar o peor se azuza desde La Libertad Avanza. Quienes manejan las redes libertarias toman imágenes de una recorrida de esta semana de Massa, donde luce descompensado por el calor y el agotamiento, para señalarlo como un cocainómano. Algún canal de televisión se hizo eco de ello. Un despropósito irresponsable.
Para agregarle más leña al fuego de los desquicios, el propio Milei volvió a izar la bandera del fraude electoral. Sostuvo suelto de lengua (pese a su nueva oralidad y gestualidad en cámara lenta) que en las presidenciales hubo irregularidades suficientes como para hablar de un comicio fraudulento, que quienes cuentan los votos son quienes gobiernan y que eso podría volver a ocurrir en el balotaje. En ese caso, advirtió, tendrían que ver qué camino tomar.
A Milei parece importarle poco que la justicia electoral haya desmentido las (falsas) acusaciones de fraude, microfraude y otras tonterías por el estilo, diseminadas en redes y medios pero jamás presentadas donde corresponde.
También a Milei parece importarle poco que este tipo de señalamientos pueda provocar un caos institucional. Ya ha pasado en otras latitudes hace relativamente poco: las tomas del Capitolio en Washington ante la derrota de Donald Trump y del Palacio del Planalto y del Congreso en Brasilia frente a un Jair Bolsonaro perdidoso.
Hay que resistir al convite de que menear la idea del fraude resulta apenas la estrategia de un mal perdedor. No. Dinamita aún más la credibilidad de nuestro sistema democrático, que con miles de fallas y de aspectos por mejorar es la mejor garantía de desarrollo sostenible y con equidad.
Tampoco contribuye a la fortaleza institucional que los dos candidatos presidenciales amaguen transitar por un camino de ida en los ataques. Acaso crean que se puede volver de eso sin demasiados costos. Ya lo han hecho y tal vez les sirva para conseguir más votos y ganar la elección.
Pero después del 19N está el día 20. Y el 21. Y el 22. Y el 10 de diciembre. Y la maraña de problemas gravísimos que debe encarar la gestión que se inicie. En nombre de eso y del respeto a una ciudadanía angustiada, no vale todo.