Aumentan y se agravan los casos de depresión en medio de la pandemia por COVID-19
Viernes 10 de
Septiembre 2021
La situación de pandemia por COVID-19, que ya lleva más de un año y medio en nuestro país y en el mundo, causó la interrupción de los vínculos físicos con seres queridos, la pérdida de autonomía y de espacios de socialización, la incertidumbre sobre el avance de la enfermedad y sobre las afectaciones que causaría a las personas más cercanas.
En definitiva, sumió a muchas personas en una depresión extensa y que parece no tener fin. Estar triste de forma constante, sentir un vacío, tener sentimientos de desesperanza, tener dificultad para concentrarse o dormir, sentir irritabilidad, problemas con la alimentación o haber perdido el interés por los pasatiempos o las salidas con amigos, son algunos de los signos de la depresión que vivimos hoy.
Esta depresión, una enfermedad mental que a nivel mundial afecta al 4,4% de la población, lo que representa algo más de 300 millones de personas, es la que se percibe en varios ejemplos en la actualidad. Y que hoy se cobra un lugar de importancia al ser el Día Mundial de la Prevención al Suicidio, una jornada para concientizar sobre un problema de salud pública grave y creciente a nivel mundial, que implica un gran desafío a llevar adelante, y más en el actual contexto pandémico.
En la Argentina, en 2019, unas 3.297 personas fallecieron por muerte autoprovocada. La mayor cantidad de decesos por esta causa se concentra en la franja etaria que va de los 20 a los 24 años y tiene como principal patología de base el trastorno depresivo mayor. Más del 80% de esas muertes (2714) correspondieron a varones.
El doctor Marcelo Cetkovich, médico psiquiatra universitario, vicepresidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP), afirmó que “si bien hay estados de angustia y depresión que se encuadran dentro de las reacciones esperables frente a un escenario inesperado, como esta pandemia, sin lugar a dudas todo este contexto va a ser un gran disparador de trastornos mentales”. “La imposibilidad de despedirse del ser querido y los duelos complicados que trajo la pandemia son algunas de las situaciones que están generando una gran afluencia de consultas y seguramente produzcan un alza en la incidencia de trastornos mentales. Además, algo que hemos visto es la complicación de los casos de las personas que ya estaban diagnosticadas con trastornos mentales, por no realizar los controles adecuados o haber interrumpido sus tratamientos. Por otro lado, si hay un efecto beneficioso que trajo esta pandemia fue la posibilidad de instalar el tema de la salud mental en los medios de comunicación, algo que antes era menos frecuente”, sostuvo Cetkovich.
“Ni bien se inició la cuarentena hicimos una encuesta y detectamos que más del 40% de los consultados manifestaba síntomas de depresión y ansiedad. Es importante aclarar que, bajo ciertos contextos, estas son formas de reacción normales, ya que se trata de situaciones en las que no podemos escapar o que nos generan mucha incertidumbre. La depresión no es tristeza, ni estar cansado; implica la pérdida de interés en las cosas que interfiere con la capacidad de funcionamiento cotidiano. Cuando estos sentimientos no permiten que la persona pueda cumplir con sus obligaciones, con sus deseos y/o planes, es momento de consultar”, aseguró Cetkovich, quien también es Jefe del Departamento de Psiquiatría de la Fundación INECO.
Para la doctora Clara Rodríguez, médica psiquiatra del Departamento de Psiquiatría de la Fundación INECO, “una persona profundamente deprimida puede quedarse en la cama y no tener ganas de hacer nada, pero también puede seguir haciendo cosas con mucho esfuerzo; es clave darse cuenta de la persistencia de los síntomas: los podemos ver angustiados, irritables, tienen poca energía, padecen alteraciones del sueño, entre otras cosas, persistentemente en el tiempo”, afirmó. Cetkovich agregó que la gran mayoría de los casos se vinculan a trastornos mentales, fundamentalmente a la depresión. Algunos trastornos mentales tienen como característica iniciarse -y con mayor virulencia-, en la adolescencia. A eso se suma el retraso hasta que la persona recibe el diagnóstico y tratamiento adecuado”.
Memoria emocional alterada
“Las imágenes de un suceso traumático como es la pandemia y el confinamiento podrían integrarse de una forma caótica y desestructurada en la memoria emocional de las personas. De modo que podrían aparecer pensamientos repetitivos indeseados, pesadillas y alteraciones de la memoria o surgir recuerdos parciales con una gran intensidad emocional” dice la doctora Fernanda Bellusci, Consultora honoraria en Adolescencia Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas.
Respecto a las consultas que recibió en este año y medio que lleva la pandemia, la doctora Bellusci cuenta que “en lo particular, me sigue llamando la atención la tristeza del relato de lo vivido por los pacientes más grandes. La tristeza de lo perdido en relación a las experiencias presenciales con los amigos. Y ni que hablar de aquellos que vivieron pérdidas directas de familiares por la COVID-19 o por otra patología que no pudo ser atendida por la imposibilidad de acercarse a un centro de salud. También la incertidumbre frente al futuro ya que no se sabe cómo sigue esto. A los niños determinadas certezas les permiten sostenerse para proyectarse. Los pacientes más chicos han adquirido hábitos de higienizarse las manos con alcohol con tanta naturalidad que lo toman directamente del escritorio en el consultorio, esto jamás pasó. Esa será una secuela positiva”.
El doctor Juan José Vilapriño, Médico especialista universitario en Psiquiatría y Miembro de International Society of Bipolar Disorder (ISBD) explicó a Infobae que el suicidio es considerado un problema de salud pública grave y creciente a nivel mundial, pero su prevención aún sigue siendo un gran desafío. Según un Informe de la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP), el suicidio es responsable de más de 800.000 muertes a nivel global, lo que equivale a una muerte cada 40 segundos. En los últimos 20 años la tasa de suicidios disminuyó en un 36% a nivel global, a excepción de la Región de las Américas, donde aumentaron un 17% en ese mismo periodo.
Aunque algunos países han situado la prevención del suicidio en un lugar destacado en sus programas de salud pública, la realidad es que se comprobó que más del 77% de los suicidios ocurridos en 2019 tuvieron lugar en países de ingresos bajos y medianos, como es el caso de la Argentina.
Para adentrarnos un poco más y comprender la relevancia del tema, es necesario entender cuáles son los factores que influyen en las conductas suicidas. Los primeros y los más relevantes son los psicológicos, que implican situaciones de soledad impuestas, el estrés y la depresión, los “duelos” por pérdidas familiares o divorcios y enfermedades mentales. También, pueden presentarse factores de carácter biológico, como una enfermedad terminal, socioeconómicos (el estado y condición laboral, pérdida de rol social, el consumo abusivo de alcohol y otras sustancias) y hereditarios que, si bien no están absolutamente determinados, sí se sabe que existen algunos genes con mayor vinculación a conductas suicidas.
Actualmente se estima que más del 80% de los suicidios se asocia a enfermedades mentales. A su vez, la OMS ubica al suicidio como la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años, siendo fundamental la prevención de la conducta suicida y los cuidados conexos que la familia y la sociedad debería tener, con el objeto de favorecer la sensibilización respecto al tema y posicionar la problemática en un lugar de importancia dentro de las políticas de salud pública.
Precisamente se percibe una falta de concientización en la comunidad sobre la gravedad del problema, además del tabú existente en muchas sociedades que minimizan los riesgos o incluso evitan tratarlo abiertamente. Frecuentemente el alto grado de estigmatización disuade de buscar ayuda a muchas personas que tienen ideación suicida o tratan de hacerlo y que, por lo tanto, no reciben la ayuda que necesitarían. Hasta hoy, solo unos pocos países han incluido la prevención del suicidio entre las prioridades de sus políticas de salud pública, y sólo 38 han notificado que cuentan con una estrategia nacional de prevención específica.
Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020, se ha observado un mayor número de personas que experimentaron pérdidas, sufrimientos y estrés, que pueden desenlazar en esta acción si no se encuentra a tiempo la contención necesaria o las relaciones que puedan auxiliar a la persona afectada. Las cifras actuales son desalentadoras: cada año ocurren cerca de 700.000 suicidios en el mundo, de los cuales sólo China e India representan el 50% de los casos, y es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años a nivel mundial. Asimismo, por cada acto consumado hay muchas tentativas de suicidio. En la población general, un intento de suicidio no consumado es el factor individual de riesgo más importante.
“No podemos, ni debemos, dejar relegado el suicidio”, asegura la doctora Valeria El Haj, Directora Médica Nacional de OSPEDYC y agrega que, “es primordial que se preste atención a las alarmas que brindan las personas que están pasando un mal momento, más aún en el contexto de pandemia que atravesamos, donde muchas personas han perdido sus empleos, tienen problemas económicos o han perdido a seres queridos. La escucha y la contención es fundamental en este contexto”.
¿Cuáles son los factores de riesgo?
Estos factores de riesgos son siempre relativos, e influyen de diferente manera según el contexto vital de cada individuo:
1- Historial de intentos de suicidios previos.
2- Trastornos psiquiátricos.
3- Depresión.
4- Estado civil, debido a que los estudios detectan mayor incidencia de suicidios en personas solteras con escaso vínculo social.
5- Consumo de drogas o alcohol.
Centrarse en la prevención del suicidio es primordial para crear vínculos sociales y promover la toma de conciencia. “El acercamiento a los seres queridos, planear objetivos y metas a corto y mediano plazo que mejoren el estado anímico y eviten ó alivien la depresión, podrían salvar vidas. Demostrar un interés genuino por sus problemas, preguntar cómo se encuentra y los sentimientos es la base del sostén social y familiar que se necesita”, remarca El Haj.
Además, un paso primordial es no dudar en recurrir a personas capacitadas en la temática. Existen líneas telefónicas de ayuda y contención ante ideas de autoagresión para poder acceder rápidamente a los programas de asistencia que resultan imprescindibles ante la detección precoz de signos de alarma.
Agenda
Adhiriendo a la iniciativa de la OMS y la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP por su sigla en inglés) bajo la denominación de ‘Septiembre Amarillo’, desde el laboratorio Pfizer desarrollarán una campaña denominada ‘Busca el Sol’ con el hashtag #DepresiónsinEstigma, con el objetivo de visibilizar esta enfermedad mental de la cual ninguna persona está exenta y concientizar sobre la importancia de reconocer sus signos para que, tanto el paciente como su entorno, busquen ayuda a tiempo. Asimismo, la campaña cuenta con una página web: www.septiembreamarillo.com que cuenta con información detallada acerca de la iniciativa y cuotas de información relevante para todo tipo de público.
Esta depresión, una enfermedad mental que a nivel mundial afecta al 4,4% de la población, lo que representa algo más de 300 millones de personas, es la que se percibe en varios ejemplos en la actualidad. Y que hoy se cobra un lugar de importancia al ser el Día Mundial de la Prevención al Suicidio, una jornada para concientizar sobre un problema de salud pública grave y creciente a nivel mundial, que implica un gran desafío a llevar adelante, y más en el actual contexto pandémico.
En la Argentina, en 2019, unas 3.297 personas fallecieron por muerte autoprovocada. La mayor cantidad de decesos por esta causa se concentra en la franja etaria que va de los 20 a los 24 años y tiene como principal patología de base el trastorno depresivo mayor. Más del 80% de esas muertes (2714) correspondieron a varones.
El doctor Marcelo Cetkovich, médico psiquiatra universitario, vicepresidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP), afirmó que “si bien hay estados de angustia y depresión que se encuadran dentro de las reacciones esperables frente a un escenario inesperado, como esta pandemia, sin lugar a dudas todo este contexto va a ser un gran disparador de trastornos mentales”. “La imposibilidad de despedirse del ser querido y los duelos complicados que trajo la pandemia son algunas de las situaciones que están generando una gran afluencia de consultas y seguramente produzcan un alza en la incidencia de trastornos mentales. Además, algo que hemos visto es la complicación de los casos de las personas que ya estaban diagnosticadas con trastornos mentales, por no realizar los controles adecuados o haber interrumpido sus tratamientos. Por otro lado, si hay un efecto beneficioso que trajo esta pandemia fue la posibilidad de instalar el tema de la salud mental en los medios de comunicación, algo que antes era menos frecuente”, sostuvo Cetkovich.
“Ni bien se inició la cuarentena hicimos una encuesta y detectamos que más del 40% de los consultados manifestaba síntomas de depresión y ansiedad. Es importante aclarar que, bajo ciertos contextos, estas son formas de reacción normales, ya que se trata de situaciones en las que no podemos escapar o que nos generan mucha incertidumbre. La depresión no es tristeza, ni estar cansado; implica la pérdida de interés en las cosas que interfiere con la capacidad de funcionamiento cotidiano. Cuando estos sentimientos no permiten que la persona pueda cumplir con sus obligaciones, con sus deseos y/o planes, es momento de consultar”, aseguró Cetkovich, quien también es Jefe del Departamento de Psiquiatría de la Fundación INECO.
Para la doctora Clara Rodríguez, médica psiquiatra del Departamento de Psiquiatría de la Fundación INECO, “una persona profundamente deprimida puede quedarse en la cama y no tener ganas de hacer nada, pero también puede seguir haciendo cosas con mucho esfuerzo; es clave darse cuenta de la persistencia de los síntomas: los podemos ver angustiados, irritables, tienen poca energía, padecen alteraciones del sueño, entre otras cosas, persistentemente en el tiempo”, afirmó. Cetkovich agregó que la gran mayoría de los casos se vinculan a trastornos mentales, fundamentalmente a la depresión. Algunos trastornos mentales tienen como característica iniciarse -y con mayor virulencia-, en la adolescencia. A eso se suma el retraso hasta que la persona recibe el diagnóstico y tratamiento adecuado”.
Memoria emocional alterada
“Las imágenes de un suceso traumático como es la pandemia y el confinamiento podrían integrarse de una forma caótica y desestructurada en la memoria emocional de las personas. De modo que podrían aparecer pensamientos repetitivos indeseados, pesadillas y alteraciones de la memoria o surgir recuerdos parciales con una gran intensidad emocional” dice la doctora Fernanda Bellusci, Consultora honoraria en Adolescencia Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas.
Respecto a las consultas que recibió en este año y medio que lleva la pandemia, la doctora Bellusci cuenta que “en lo particular, me sigue llamando la atención la tristeza del relato de lo vivido por los pacientes más grandes. La tristeza de lo perdido en relación a las experiencias presenciales con los amigos. Y ni que hablar de aquellos que vivieron pérdidas directas de familiares por la COVID-19 o por otra patología que no pudo ser atendida por la imposibilidad de acercarse a un centro de salud. También la incertidumbre frente al futuro ya que no se sabe cómo sigue esto. A los niños determinadas certezas les permiten sostenerse para proyectarse. Los pacientes más chicos han adquirido hábitos de higienizarse las manos con alcohol con tanta naturalidad que lo toman directamente del escritorio en el consultorio, esto jamás pasó. Esa será una secuela positiva”.
El doctor Juan José Vilapriño, Médico especialista universitario en Psiquiatría y Miembro de International Society of Bipolar Disorder (ISBD) explicó a Infobae que el suicidio es considerado un problema de salud pública grave y creciente a nivel mundial, pero su prevención aún sigue siendo un gran desafío. Según un Informe de la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP), el suicidio es responsable de más de 800.000 muertes a nivel global, lo que equivale a una muerte cada 40 segundos. En los últimos 20 años la tasa de suicidios disminuyó en un 36% a nivel global, a excepción de la Región de las Américas, donde aumentaron un 17% en ese mismo periodo.
Aunque algunos países han situado la prevención del suicidio en un lugar destacado en sus programas de salud pública, la realidad es que se comprobó que más del 77% de los suicidios ocurridos en 2019 tuvieron lugar en países de ingresos bajos y medianos, como es el caso de la Argentina.
Para adentrarnos un poco más y comprender la relevancia del tema, es necesario entender cuáles son los factores que influyen en las conductas suicidas. Los primeros y los más relevantes son los psicológicos, que implican situaciones de soledad impuestas, el estrés y la depresión, los “duelos” por pérdidas familiares o divorcios y enfermedades mentales. También, pueden presentarse factores de carácter biológico, como una enfermedad terminal, socioeconómicos (el estado y condición laboral, pérdida de rol social, el consumo abusivo de alcohol y otras sustancias) y hereditarios que, si bien no están absolutamente determinados, sí se sabe que existen algunos genes con mayor vinculación a conductas suicidas.
Actualmente se estima que más del 80% de los suicidios se asocia a enfermedades mentales. A su vez, la OMS ubica al suicidio como la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años, siendo fundamental la prevención de la conducta suicida y los cuidados conexos que la familia y la sociedad debería tener, con el objeto de favorecer la sensibilización respecto al tema y posicionar la problemática en un lugar de importancia dentro de las políticas de salud pública.
Precisamente se percibe una falta de concientización en la comunidad sobre la gravedad del problema, además del tabú existente en muchas sociedades que minimizan los riesgos o incluso evitan tratarlo abiertamente. Frecuentemente el alto grado de estigmatización disuade de buscar ayuda a muchas personas que tienen ideación suicida o tratan de hacerlo y que, por lo tanto, no reciben la ayuda que necesitarían. Hasta hoy, solo unos pocos países han incluido la prevención del suicidio entre las prioridades de sus políticas de salud pública, y sólo 38 han notificado que cuentan con una estrategia nacional de prevención específica.
Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020, se ha observado un mayor número de personas que experimentaron pérdidas, sufrimientos y estrés, que pueden desenlazar en esta acción si no se encuentra a tiempo la contención necesaria o las relaciones que puedan auxiliar a la persona afectada. Las cifras actuales son desalentadoras: cada año ocurren cerca de 700.000 suicidios en el mundo, de los cuales sólo China e India representan el 50% de los casos, y es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años a nivel mundial. Asimismo, por cada acto consumado hay muchas tentativas de suicidio. En la población general, un intento de suicidio no consumado es el factor individual de riesgo más importante.
“No podemos, ni debemos, dejar relegado el suicidio”, asegura la doctora Valeria El Haj, Directora Médica Nacional de OSPEDYC y agrega que, “es primordial que se preste atención a las alarmas que brindan las personas que están pasando un mal momento, más aún en el contexto de pandemia que atravesamos, donde muchas personas han perdido sus empleos, tienen problemas económicos o han perdido a seres queridos. La escucha y la contención es fundamental en este contexto”.
¿Cuáles son los factores de riesgo?
Estos factores de riesgos son siempre relativos, e influyen de diferente manera según el contexto vital de cada individuo:
1- Historial de intentos de suicidios previos.
2- Trastornos psiquiátricos.
3- Depresión.
4- Estado civil, debido a que los estudios detectan mayor incidencia de suicidios en personas solteras con escaso vínculo social.
5- Consumo de drogas o alcohol.
Centrarse en la prevención del suicidio es primordial para crear vínculos sociales y promover la toma de conciencia. “El acercamiento a los seres queridos, planear objetivos y metas a corto y mediano plazo que mejoren el estado anímico y eviten ó alivien la depresión, podrían salvar vidas. Demostrar un interés genuino por sus problemas, preguntar cómo se encuentra y los sentimientos es la base del sostén social y familiar que se necesita”, remarca El Haj.
Además, un paso primordial es no dudar en recurrir a personas capacitadas en la temática. Existen líneas telefónicas de ayuda y contención ante ideas de autoagresión para poder acceder rápidamente a los programas de asistencia que resultan imprescindibles ante la detección precoz de signos de alarma.
Agenda
Adhiriendo a la iniciativa de la OMS y la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP por su sigla en inglés) bajo la denominación de ‘Septiembre Amarillo’, desde el laboratorio Pfizer desarrollarán una campaña denominada ‘Busca el Sol’ con el hashtag #DepresiónsinEstigma, con el objetivo de visibilizar esta enfermedad mental de la cual ninguna persona está exenta y concientizar sobre la importancia de reconocer sus signos para que, tanto el paciente como su entorno, busquen ayuda a tiempo. Asimismo, la campaña cuenta con una página web: www.septiembreamarillo.com que cuenta con información detallada acerca de la iniciativa y cuotas de información relevante para todo tipo de público.
Con información de
Infobae