Los consejos sobre la covid cambian… Porque así funciona la ciencia

Por: Apoorva Mandavilli
Miércoles 25 de Agosto 2021

Cuando el coronavirus surgió el año pasado, nadie estaba preparado para que invadiera cada aspecto de nuestra vida diaria durante tanto tiempo y de una manera tan insidiosa.
La pandemia ha forzado a los estadounidenses a tomar decisiones de vida y muerte todos los días durante los últimos 18 meses y no se vislumbra un final en el horizonte.
 
Parece que el conocimiento científico del virus cambia a cada hora. El virus se transmitía solo por contacto cercano o mediante superficies contaminadas, pero después resultó que se propagaba por vía aérea. Se dijo que el virus muta lentamente, pero luego surgieron una serie de variantes nuevas y peligrosas. Los estadounidenses no necesitan usar cubrebocas. No, esperen, mejor sí.
 
En ningún momento de esta saga el terreno que pisamos se ha sentido tan incierto como ahora. Apenas la semana pasada, las autoridades federales de salud de Estados Unidos dijeron que, en los próximos meses, comenzarían a ofrecer inyecciones de refuerzo a todos los estadounidenses. Unos días antes, esas mismas autoridades le habían asegurado al público que las vacunas estaban resistiendo bien respecto a la variante delta del virus y que los refuerzos no serían necesarios.
 
El lunes 23 de agosto, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) aprobó de modo oficial la vacuna de Pfizer-BioNTech, la cual ya se ha administrado a decenas de millones de estadounidenses. A algunas personas les parece sospechoso que la vacuna no haya sido aprobada de manera formal y que, sin embargo, se distribuya a gran escala. Al parecer, para ellas, la “autorización de emergencia” nunca ha sido suficiente.
 
Los estadounidenses están experimentando la ciencia en carne propia conforme se desarrolla en tiempo real. El proceso siempre ha sido fluido, impredecible. Pero rara vez se ha movido a esta velocidad, en la que los ciudadanos tienen que enfrentarse a los hallazgos de las investigaciones tan pronto estos son divulgados, un flujo de entregas a domicilio que nadie pidió y nadie quiere.
 
¿Es demasiado peligroso visitar a mi padre enfermo? ¿Acaso los beneficios de la educación presencial prevalecen sobre la posibilidad de que mi hijo se enferme? ¿Mi reunión familiar se convertirá en un evento superpropagador?
 
Vivir con un enemigo caprichoso ha sido inquietante incluso para los investigadores, funcionarios de salud pública y periodistas que están acostumbrados a la naturaleza mutable de la ciencia. También ellos han sufrido para decidir cuál es la mejor manera de mantenerse seguros y proteger a sus seres queridos.
 
Pero a los estadounidenses frustrados, quienes no están familiarizados con el camino sinuoso y a menudo contencioso que lleva al descubrimiento científico, a veces les ha parecido que las autoridades de salud pública están moviendo de lugar la portería, dan marcha atrás, engañan o incluso le mienten al país.
 
La mayoría de las veces, los científicos “avanzan de una manera muy gradual”, dijo Richard Sever, director asistente de Cold Spring Harbor Laboratory Press y cofundador de dos sitios de internet populares, bioRxiv y medRxiv, donde los científicos publican nuevas investigaciones.
 
“La gente se está metiendo en callejones sin salida y, muchas veces, como que no sabes qué es lo que no sabes”.
 
La biología y la medicina son campos particularmente demandantes. Las ideas se evalúan durante años, a veces décadas, antes de que sean aceptadas.
 
Los investigadores primero formulan la hipótesis y luego diseñan experimentos para ponerla a prueba. Los datos de cientos de estudios, en ocasiones de equipos rivales, son analizados antes de que la comunidad de expertos llegue a una conclusión.
 
Mientras tanto, los científicos presentan los descubrimientos a sus colegas, a menudo en conferencias especializadas en las que no pueden participar ni los periodistas ni el público en general y pulen sus ideas en función de los comentarios que reciben. No es raro ver que los asistentes a estas reuniones señalen —a veces con dureza— todos los defectos de los métodos o las conclusiones de un estudio, por lo que el autor tiene que regresar al laboratorio para hacer más experimentos.
 
Pasaron 15 años entre la descripción de los primeros casos de VIH a la identificación de dos proteínas que el virus necesita para infectar las células, un hallazgo crucial para investigar una cura. Incluso después de que un estudio ha alcanzado una conclusión satisfactoria, este debe someterse a un examen riguroso en una revista científica arbitrada, lo cual podría añadir un año o más antes de que los resultados se hagan públicos.
 
Medido en esa escala, los científicos se han familiarizado con el coronavirus a una velocidad asombrosa, en parte porque se han acelerado los cambios al proceso antes descrito, los cuales ya habían iniciado.
 
Los resultados de tratamientos, los modelos epidemiológicos, los descubrimientos virológicos —es decir, las investigaciones sobre todos los aspectos de la pandemia— están disponibles en línea casi tan rápido como los autores terminan sus manuscritos. Los estudios “preimpresos” se diseccionan en internet, sobre todo en Twitter, o en correos electrónicos entre expertos.
 
Lo que no han hecho los investigadores es explicar, de modo que el ciudadano promedio pueda entender, que así es como ha funcionado siempre la ciencia.
 
Los desacuerdos y debates que se están desarrollando en público, en lugar de efectuarse en conferencias cerradas, dan la falsa impresión de que la ciencia es arbitraria o que los científicos se inventan las cosas sobre la marcha.
 
“De lo que una persona que no es científica o el ciudadano común no se dan cuenta es que hay una masa enorme de información y consenso en el que las dos personas que están discutiendo sí estarán de acuerdo”, dijo Sever.
 
Considerando todo lo anterior, ¿de verdad es muy sorprendente que los estadounidenses se sientan desconcertados y engañados, incluso enfurecidos, por las reglas inconstantes que tienen implicaciones profundas en sus vidas?
 
Las agencias federales tienen una tarea poco envidiable: crear los lineamientos que se necesitan para vivir con un virus desconocido que se propaga con facilidad. Pero las autoridades sanitarias no han reconocido con suficiente claridad o frecuencia que sus recomendaciones podrían cambiar —y muy probablemente en efecto así sucederá— a medida que el virus, y el conocimiento de este, evolucionen.
 
“Desde el inicio de esta pandemia, han hecho un muy mal trabajo, por decirlo de la mejor manera posible”, sostuvo Syra Madad, epidemióloga de enfermedades infecciosas del Centro Belfer de Ciencia y Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard.
 
Los líderes de Estados Unidos y el Reino Unido han prometido demasiado y demasiado pronto, y han tenido que dar marcha atrás. Los funcionarios de salud no han logrado justificar que los consejos cambian conforme los científicos aprenden más sobre el virus.
 
Y las autoridades no han definido en realidad el final de la pandemia: por ejemplo, que el virus finalmente cederá su tiranía una vez que las infecciones caigan por debajo de una determinada cifra. Sin un objetivo claramente delineado, da la impresión que los funcionarios están pidiendo a la gente que renuncie a sus libertades de manera indefinida.
 
Un retroceso sorprendente fue la directiva de uso de cubrebocas que emitieron los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por su sigla en inglés). La agencia dijo en mayo que las personas vacunadas podían dejar de usar las mascarillas, consejo que ayudó a preparar el terreno para la reapertura nacional. Los funcionarios no hicieron hincapié, o al menos no lo suficiente, en que las mascarillas podrían volver a ser necesarias. Ahora, con un nuevo aumento de las infecciones, lo han vuelto a ser.
 
“Puede ser muy difícil para la percepción y comprensión del público cuando estas organizaciones grandes parecen revertir el camino de una manera que no es realmente clara”, dijo Ellie Murray, comunicadora científica y experta en salud pública en la Universidad de Boston.
 
No ayuda que los CDC y la Organización Mundial de la Salud —las dos agencias de salud pública más importantes— hayan estado en desacuerdo tan a menudo en los últimos 18 meses: sobre la definición de pandemia, sobre la frecuencia de infecciones asintomáticas, sobre la seguridad de las vacunas contra la COVID-19 en mujeres embarazadas.
 
La mayoría de los estadounidenses tienen una comprensión aceptable de los conceptos básicos de salud (el ejercicio es bueno, la comida chatarra es mala). Pero a muchos nunca se les enseña cómo progresa la ciencia.
 
En 2018, los jóvenes de 15 años en Estados Unidos obtuvieron el puesto 18 en la capacidad para explicar conceptos científicos, detrás de sus pares no solo en China, Singapur y el Reino Unido, sino también en Polonia y Eslovenia.
 
En una encuesta de 2019 del Pew Research Center, muchos estadounidenses identificaron de manera adecuada los combustibles fósiles y la creciente amenaza de la resistencia a los antibióticos, pero tenían menos conocimientos sobre el proceso científico.
 
Y, con frecuencia, los principios básicos de la salud pública son aún más misteriosos: ¿de qué modo mi comportamiento afecta la salud de los demás? ¿Por qué debería vacunarme si me considero de bajo riesgo?
 
“Las personas no estaban preparadas para comprender muchos de estos conceptos”, dijo Madad. “Deberíamos haber sabido que no podíamos esperar que el público cambiara sus comportamientos en tan poco tiempo”.
 
Ahora, mucho más que en crisis de salud pública anteriores, tanto la información como la desinformación sobre la COVID-19 circulan por internet, en especial en las redes sociales. Esto representa una gran oportunidad para llenar las lagunas de conocimiento de muchas personas.
 
Pero las autoridades sanitarias no han aprovechado al máximo esta oportunidad. Las noticias de los CDC en Twitter son un flujo robótico de comunicados. Los expertos de la agencia no solo tienen que transmitir mensajes, sino también responder a preguntas sobre cómo los datos que van surgiendo se aplican a la vida de la gente.
 
Asimismo, las autoridades sanitarias deben ser más ágiles, para que los malos actores no dominen el discurso mientras el asesoramiento real se retrasa por una burocracia que tiene una tradición de ser engorrosa.
 
“No se están moviendo a la velocidad que se está moviendo esta pandemia”, dijo Murray. “Obviamente, esto crea una percepción en el público de que no se puede tan solo confiar en las fuentes de noticias más oficiales”.
 
En medio de una pandemia, los funcionarios de salud tienen la responsabilidad de contrarrestar las voces espurias que proliferan en Twitter y Facebook y que difunden información de todo tipo, desde pseudociencia hasta mentiras. La comunicación de riesgos durante una crisis de salud pública es una destreza particular, y ahora mismo los estadounidenses necesitan respuestas.
 
“Hay algunas personas cuya confianza supera su conocimiento y no les preocupa decir cosas que están mal”, dijo Helen Jenkins, experta en enfermedades infecciosas de la Universidad de Boston.
 
“Y hay otras personas que probablemente tienen todo el conocimiento, pero se quedan calladas porque tienen miedo de dar información, lo cual también es una pena, o simplemente no son buenos comunicadores”.
 
Los funcionarios de salud podrían comenzar incluso ahora con videos de dos minutos para explicar conceptos básicos; líneas de información directas y foros públicos a nivel local, estatal y federal; y una presencia activa en las redes sociales para contrarrestar la desinformación.
 
El camino que queda por delante será difícil. El virus depara más sorpresas y los mitos que ya se han arraigado serán difíciles de borrar.
 
Pero no es demasiado desear que las lecciones aprendidas en esta pandemia ayuden a los expertos a explicar futuros brotes de enfermedades, así como otros problemas apremiantes, como el cambio climático, en los que las acciones individuales contribuyen al conjunto.
 
El primer paso para educar al público y ganarse su confianza es hacer planes, y luego comunicarlos con honestidad, con todo y sus fallas e incertidumbre.
Con información de The New York Times

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